La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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La banda más emblemática de la historia del «heavy-metal» acaba de echar una vista atrás. Parlophone records, reedita en vinilo todo su material de los años ochenta, ocho discos que definieron sonora y estéticamente uno de los universos más personales e inimitables del planeta rock

Aparecieron en los años ochenta como la fantasía metálica perfecta. Bestias, diablos y bajos trotones. Épica a chorro, mallas elásticas y puesta en escena cuasi operística. Pelos largos, esoterismo y punteos prodigiosos. No contaban con el apoyo de los medios. Pero tanto daba. No encajaban en las modas de Nuevos Románticos ni el synth-pop. Pero no importaba. No tenían posibilidades de ser radiados masivamente. Pero eso era lo de menos. Iron Maiden contaban entonces con un cóctel perfecto para absorber a miles de jóvenes en su mundo de guitarras afiladas, monstruos emergiendo en la nocturnidad y sensación de tenebrosa irrealidad. Y consiguieron que esos seguidores se multiplicasen en todo el mundo.

Se suele marcar como punto de inflexión The Number Of The Beast (1982), su mejor disco y una de las piedras filosofales del heavy metal. Tras despedirse de Paul Di’Anno, el cantante malencarado que le dio músculo al grupo en sus dos primeros álbumes — los muy apreciables Iron Maiden (1980) y Killers (1981)–, en su tercer disco Iron Maiden entraban en una división estratosférica. Con Bruce Dickinson como vocalista, el grupo explotaba totalmente. Respaldado por Steve Harris (bajo), Dave Murray (guitarrista), Adrian Smith (guitarra) y Clive Burr (batería) trenzaban un elepé que no solo amenazaba como los anteriores. Iba más allá. Sirva como ejemplo el tema titular: arranca en susurros, va subiendo en intensidad y pulmón se transforma en un enorme fuego de artificio. Ciega.

Tras ella llega Run To The Hills, trepidante como una persecución, lleva al extremo con una magnífica batería y ese estribillo que dice «¡corred por vuestra vida!». La canción trataba de algo tan lejano a los problemas de un chaval occidental en 1982 como la conquista de América y el exterminio de los pueblos indígenas. Pero se convirtió en todo un himno. Poniéndola a todo volumen (y a ser posible con las ventanas de la habitación abiertas para expandirlo por todo el vecindario), los fans se sentían liberados por aquel sonido poderoso y excitante. Marcó a una generación de jóvenes rebeldes. Y, solo hay que hacer la prueba, continúa igual de vigente en 2014.

Es probable que en esa dupla formada por The Number Of The Beast y Run The Hills se encuentre el calambre definitivo de Iron Maiden. No se trata de reducir un grupo tan vasto a un par de temas, nada más lejos de la intención de este texto. Pero resulta fácil comprender cómo una formación que hasta entonces había gozado de un éxito moderado, se convirtió ahí en un fenómeno global. El oleaje arrastraba al mundo particular del grupo. Si en él se generaba polémica (que con un título como «el número de la bestia» no tardaría en aparecer, especialmente en EE.UU.), pues mejor que mejor. A ciertas edades una dosis de confrontación es el mejor de los caramelos.

Con ese disco Iron Maiden se convirtieron en atípicos superventas. No solo de discos y entradas de conciertos, también de merchandising. Pocas bandas habían explotado hasta el momento ese aspecto de un modo tan eficaz. Eddie, el zombi que sale en todas sus portadas, se plasmó en mil y una camisetas que hicieron esa promoción que los grandes medios omitieron. Creado por Derek Riggs se convirtió en su más eficaz herramienta de márketing. Colocado bajo logotipo del grupo en las cazadoras, las camisetas negras y las carpetas estudiantiles de sus fans, logró colarse en los sitios más insospechados. Quien no se había sentido atraído por el sonido, lo hacía por la estética.

Como se puede ver Iron Maiden eran, ya en los primeros ochenta, una eficaz maquinaria empresarial. Con una férrea disciplina de trabajo y producción (a disco por año, sin dejar de girar en ningún momento) decidieron conquistar el mundo definitivamente con Powerslave (1984). Para su presentación se embarcaron en la gira The World Slavery Tour. Durante 331 días ofrecieron 191 conciertos en 23 países diferentes con un colosal escenario inspirado en el Antiguo Egipto. Con Eddie pasando de faraón a una gigantesca momia que echaba fuego por los ojos, el quinteto británico definió para siempre no solo un espacio propio en la música, sino en el mercado.

Su pase en el Rock In Rio de 1985 se recuerda como una de las actuaciones más memorables del festival. Y para que los fans pudieran conservar un pedazo de esos días de gloria cumplieron con la edición del doble elepé en vivo Live Afther Death (1985), recogiendo uno de los directos del aquel mastodóntico tour. Todo mientras entre una buena parte de la crítica rock se les seguía ninguneando y mirando por encima del hombro. Se les veía como una banda de circense, con delirios progresivos y fuera de toda realidad.

REINVENCIÓN
Hasta el momento Maiden no habían patinado de verdad ni una sola vez. Puede que en Piece Of Mind (1983) se mostrasen algo irregulares, alternando aciertos como The Trooper o Flight Of Icarus con temas algo más flojos en la segunda mitad del disco. Pero, en general, la producción del grupo alcanzaba hasta la fecha un altísimo nivel. Quedaba por ver si se iba a mantener tras la resaca de la macrogira de Powerslave. Con el heavy americano cotizando al alza e imponiéndose una tendencia cada vez más roquera y glam, los ingleses optaron por evolucionar dentro de su propio sonido, aislándose de la corriente.

Sí, Iron Maiden no se iban a cardar el pelo ni a usar lápiz de ojos. Fieles a las tachuelas y las zapatillas deportivas, insistirían en su sonido pesado, trotón y cada vez más elaborado en un Somewhere In Time (1986) futurista. Sí, ligeramente más sintético e incluso con cierto gancho comercial (¿no es el de Wasted Years un estribillo definitivo?) este disco marcó el devenir del grupo en la segunda mitad de la década. El álbum se cierra con Alexander The Great, otra de sus laberínticas piezas históricas, honrando en esta ocasión a Alejando Magno.

El periplo ochentero de Iron Maiden concluye con Seventh Son Of A Seven Son (1988), un trabajo cuya portada sugiere una especie de final. Esotérico y lleno de simbología alcanza su clímax en el tema homónimo, una de las piezas más ambiciosas de Steve Harris. Daba a entender que se estaba ante el final de algo. La deserción de Adrian Smith tras su gira de presentación lo confirmaría. Obviamente, Iron Maiden siguieron adelante. Pero ya nada sería igual. Toda su trayectoria posterior iba a ser comparada con los ochenta, su época dorada.