La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Con la muerte de Robin Williams aún reciente, es buen momento para recordar una de las lecciones de El club de los poetas muertos. Se trata de aquella, nada más empezar el filme, en la que el profesor Keating ordena a sus alumnos arrancar la primera hoja de su libro de literatura. Ahí descansa el ensayo Entendiendo la poesía en el que un experto ofrece unas claves para poder valorar un poema en dos ejes, como si de una fórmula matemática se tratase. Uno, mediría la perfección del poema. Otro, la importancia del contenido. Del cruce de ambos dependería la nota final.

«Excremento, eso es lo que pienso. No estamos hablando de tuberías, sino de poesía», indica el profesor a sus pupilos. Y ellos, abortos, se entregan a ello, dejando a un lado las matemáticas y apostando por la emoción. En la música no estaría de más arrancar también esa página para liberar a la crítica (y público) de muchos de los lastres acumulados. Que si un grupo tiene que innovar, que cada disco ha de suponer una evolución respecto al anterior, que ha de cantar en su lengua materna, que ha de explorar estilos exóticos, que la voz se debe de entender, que el directo tiene debe superar a las grabaciones, que hay que posicionarse políticamente,… Podíamos estar hasta el infinito.

Al final todo ello, por lo general, son asideros convertidos en dogmas a los que agarrarse en pos de un falsario criterio que prescinde de lo principal: el suspiro, los pelos de punta, el golpe en el pecho y, ummmm, el emocionar. Se trataba de eso, ¿recuerdan?