La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Vuelve Russian Red con «Agent Cooper», un tercer disco en el que ha acudido a Joe Chiccarelli (The Strokes, White Stripes) para darse un barniz sintético. Mas allá del toque ochentas, las canciones funcionan gracias a su soltura melódica, eficaz interpretación y perfecto acabado. Todo pese a seguir en el punto de mira de muchos que no le perdonan ser guapa, haber triunfado… y haberse definido de derechas, claro.

Difícil país este para sacar la cabeza dentro del ámbito del pop independiente. La escena resulta tan raquítica que apenas da para sobrevivir. Sin embargo, en cuanto alguien logra asentarse y convertir la pasión en una profesión, trascendiendo al submundo, empieza la ceremonia de los cuchillos afilados. Le ha pasado a Lori Meyers, le ha pasado Love of Lesbian y le ha pasado a Dorian, entre algunos otros. Pero hay una figura que despierta especial inquina entre los guardianes de la moral indie: Lourdes Hernández, alias Russian Red.

La artista, que en su día enamoró a la crítica en el 2008 con aquella preciosidad titulada Cigarretes, no solo ha roto el techo de cristal de las salas de 150 personas y los cachés que apenas dan para cubrir gastos. Además, ha dado el salto internacional, se ha rodeado de profesionales de primer nivel en sus grabaciones y ha trascendido a lo musical, coqueteando con el cine y convirtiéndose en un icono de moda. Todas esas cosas que se le toleran y aplauden a las estrellas británicas pero que, vaya, aquí se critican de un modo tal que destapa todo tipo de complejos.

Ella parece, en todo momento, que los haya dejado fuera. Pasando página a aquel toque naif tan seguido e imitado por sus seguidoras más jovencitas, en Agent Cooper se muestra sexy y sofisticada, con los labios rojísimos y la melena pelirroja de diva de Hollywood. No obstante, la conexión musical mira ahora a los ochenta de un modo tal que, por momentos, se podría llegar a evocar la banda sonora imaginaria de uno de aquellos filmes humeantes en VHS, con amantes besándose en coches desde los que se ve la gran ciudad. Canciones como John Michael o Steve J suenan al plástico, los colores chillones y el exceso de maquillaje del momento. Pero, ojo, lejos del ejercicio de estilo vacío, calan. Y ahí se marca la diferencia.

Tal y como ya había mostrado en Fuerteventura (2011), Lourdes demuestra que sus canciones trascienden al envoltorio. Y que aún haciendo guiños evidentes a esa estética —que iría desde aquellos arreglos pirotécnicos de la Tina Turner de The Best a la Cindy Lauper que rivalizaba con Madonna, pasando por los Simple Minds inflados de los estadios—, sus canciones poseen chicha y sustancia suficiente para agitar las emociones. Además de los temas más obvios (a los citados, hay que sumar Casper, Michael P o la deliciosa Alex T, inspirada en el líder de los Arctic Monkeys), la salida de tono atmosférica de Xabier o el ramalazo reggae de William completan un disco para degustar sin prejuicios. Todo mientras sus canciones se adhieren como chicle.