La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Esta semana se ha lanzado a Internet el documental Galicia Hi-Fi. Según indican los créditos, se trata de un trabajo de la Facultad de Ciencias Sociais e da Comunicación da Universidade de Vigo a cargo de Bruno Vence y Fátima Santiago. En él se pretende hablar del momento musical gallego y su relación con las nuevas tecnologías. Desfilan una pléyade de músicos de bandas como Unicornibot, Triángulo de Amor Bizarro, Cro!, Telephones Rouges, Maryland, Travesti Afgano, Novedades Carminha, Disco Las Palmeras! o Guerrera. Exponen su visión sobre el particular ecosistema musical creado en los últimos años. Bañado de hermosísimas imágenes y alguna mínima aportación de no músicos -como la del crítico Fernando F. Rego o Pancho Suárez del estudio Planta Sónica-, se dibuja algo realmente fantástico. Y, en cierto modo, lo es. Aunque podría serlo muchísimo más.

Muchas cosas resultan innegables. O casi innegables, vaya. Que Galicia vive el gran momento de su historia musical dentro del rock (en mi opinión, por encima de la mítica movida viguesa, la era del rock bravú o el bum del garage en los noventa). Que, aunque a nivel nacional se hayan hecho algunas aproximaciones bienintencionadas, los grandes medios españoles siguen sin valorar en su justa medida lo que se cuece aquí, bien por dejadez, bien por desconocimiento o bien porque, comercialmente, no les sale a cuenta. Que los proyectos pelean por marcar diferencias unos de los otros, dando pie a una riqueza insólita que incluso llega a artistas de la clase media como el Xoel López del personalísimo Atlántico. Que la sensación de creación permanente genera cada trimestre un nuevo nombre a sumar al carro de los proyectos a seguir con devoción (vean aquí 14 nuevos ejemplos). Y que, hoy por hoy, estar al tanto de lo que ocurre en Galicia merece -mucho, muchísimo- la pena. Por hechos, no por patrioterismo chusco.

Pero, al margen de todo ello, existe un lastre. El que impide el despegue de todo: la falta de público. Hay motivos para la euforia si se mira la calidad y cantidad de las bandas. Pero luego eso rara vez se refleja en el público. Quizá, cuando dentro de 15 o 20 años se mire lo que ocurrió durante todo este tiempo, se mitificará, se le pondrá un nombre rimbombante y dará pie a mil y un “yo estuve allí”. Ocurrió con La Movida. Alaska siempre dice que al Rock-Ola iban cuatro gatos. Pero la imagen que hoy se da de aquello viene a decir que hordas de jóvenes daban la espalda a Miguel Ríos y Mecano en favor de Golpes Bajos o Parálisis Permanente. Y, por supuesto, todos los medios de comunicación iban a una en su apoyo. Hasta Carlitos, el de la serie Cuéntame, era fan de Eduardo Benavente.

Aquí sucede lo mismo. En el documental, el cantante de Novedades Carminha habla de reunir a 150 o 200 personas en Valencia, que se sepan tus letras y que todo sea fantástico. Ocurrirá allí y ocurrirá con su grupo. Pero en Galicia, y con otras formaciones, dista mucho de lo normal. En A Coruña, por ejemplo, eso resultaría una quimera para la gran mayoría de las bandas. En los conciertos insertos en el ciclo que impulsa este blog -basado solo en grupos gallegos del ámbito independiente- lo comprobamos mes a mes. Triángulo de Amor Bizarro, actualmente la gran bandera del rock independiente gallego, no logró pasar de las 160 personas pagando entrada, que son las que cuentan y permiten que esto funcione. Y de ahí, hacia abajo. Cuando, por ejemplo, un bolo como el de Franc3s y Jijiji apenas despacha 30 tiques la euforia se diluye hasta golpear con la (dura) realidad. “Bueno, a ver si nos da al menos para pagarle al técnico”, recuerdo escucharle a Alberto, cantante del finiquitado trío carballés, al hacer las cuentas. Eso sí que te deja tiritando.

Efectivamente, a toda esa gente que se gasta un pastón en ir al Primavera Sound en la otra esquina de España la envuelve una pereza enorme a la hora caminar unos metros a un local al lado de su casa y soltar 5 euros. Ello impide el cierre del círculo. El que desde la iniciativa privada se hagan más cosas y que estas se rentabilicen. Que, por ejemplo, se pueda traer a Coruña a algunos de los excitantes proyectos que pululan por Vigo y que, con lo recaudado, dé para pagar los gastos del viaje, su cena y alojamiento, que se lleven algo en el bolsillo y que la sala en la que se celebre haga barra suficiente para que todo le compense, si es que no te está cobrando un alquiler a descontar con la taquilla final. Hagan cuentas y multipliquen por 5/6 euros de entrada (quitando IVA y el 10% de la SGAE) para ver el público que hace falta. ¿Lo hay? Mucho nos tememos que no. Forzar la máquina perdiendo dinero o tirando de la maltrecha teta pública para compensar la falta de asistentes, solo permite parchear la situación creando una sensación ilusoria. Pero no convertirla en algo real. A veces da la impresión de que si pones juntos a todos los músicos que están generando este estado de excitación permanente duplican o triplican al público que los quiere ver. Y, lamentablemente, al menos por aquí, tampoco es muy frecuente ver a músicos en los conciertos de otros.

Esto es lo que hay. A buen seguro, con el tiempo, surgirán los mentados “yo estuve ahí”. Ojalá se prefiriera decirlo en directo: “Yo estoy ahí”.