La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Primal Scream
Santiago, Plaza de la Quintana
6-9-2013

Quizá los noventa queden ya muy lejanos y la sangre de quien los echa de menos no burbujea en las venas como entonces. Pero lo cierto es que ya van dos llamativos toques de atención al respecto en Galicia. Dan que pensar. Si en agosto el sinsentido lo protagonizaban unos Suede pletóricos y esforzados que se las vieron en el Noroeste Pop Rock de A Coruña ante una audiencia gélida en su mayor parte, ahora el bofetón de realidad llegó con Primal Scream. Y quizá más grave. Si Suede tocaban en un evento gratuito en donde, por lógica, acudían muchos curiosos que los desconocían, Primal Scream lo hicieron en un concierto de pago ante los que, en teoría, son sus fans. Es decir, jugaban en su terreno. Pero no, el fuego no se llegó a encender. En Riazor Suede, ante tal panorama, escamotearon canciones de su set-list. Primal Scream en la Quintana optaron por una solución más drástica: no hacer bises.

Resulta difícil explicar lo que ocurrió el viernes en la Quintana. Dilucidar si fue porque el grupo no estuvo a su máximo rendimiento o si, por el contrario, por el hecho de que el público haya demostrado que esos treintaitantos años con vistas a los cuarenta le han sentado de pena. Quizá la sensación agridulce que quedó al final tenga un poco que ver con ambas cosas. Sí, porque de entrada Bobby Gillespie y su troupe arrancaron con un 2013 renqueante. Mientras el técnico daba con la tecla para que aquello sonase bien, se optó por una versión reducida a años luz de los enredadores nueve minutos y pico del disco. Sin embargo, luego la cosa mejoró. Los temas de More Light tomaron cuerpo en vivo y dejaron momentos como Hit Void o Goodbye Johnny realmente interesantes. Y la invocación tempranera a Movin’ On Up y, muy especialmente, un punzante Shoot Speed/Kill Light con Bobby inyectándole rabia ponían sobre la mesa una actuación in crescendo.

Pero no. La otra parte del juego de fuerzas que se conjugan en un concierto de rock no funcionó. Cuando la banda miraba al público buscando respuesta este no la ofrecía. Así Bobby ponía un micro al aire que apenas obtenía más que silencio. Andrew Innes invocaba a unas palmas que surgían tímidas y se apagaban al instante. Y, en general, la bola de emoción de las grandes noches rodaba a trompicones para detenerse al poco rato. En medio de todo ello apareció un Swastika Eyes totalmente olvidable. Interpretado con desgana y ejecutado con rutina, dio el primer aviso serio de decepción. Cuando el subidón de la segunda vuelta agitó un poco a la gente la paradoja se consumaba: el peor tema de la noche logra el efecto mayor a golpe de parte pregrabada. La cara de un Bobby Gillespie, de camisa plateada y campaneándose sospechosamente en las tablas, lo decía todo.

El grupo lidió con el ambiente como pudo. Lejos de encontrarse en su mejor momento, continúan siendo Primal Scream. Y pese a los coros grabados y estar al, digamos, 60% de sus facultades, resultó agradable dejarse querer por ese Loaded de doble cara, el soulero y luminoso It’s Allright It’s Ok que conecta su último disco con la era Screamdelica y, bueno, demostrar otra vez que esa vertiente roquera más retro y denostada por la crítica al final funciona a las mil maravillas en directo. Rocks y Country Girl lograron lo más parecido a la euforia y pusieron el pestillo. Al final, con una maraña de ruidos y repeticiones el grupo abandonó el escenario… Y no volvió.

Sí, se quedaron fuera Kowalski, Kill All Hippies, Medication o Miss Lucifer. También destacables piezas de More Light. Pero el público, en su mayoría, no dio señales de quererlas escuchar. Apenas se oyeron palmas, voces o cualquier otro signo de “Bobby queremos más”. Y Bobby decidió que no iban a salir, porque los bises solo son para quien los merezca, no para un público frío, apático y a años luz de lo que debería ser un concierto de rock. Quizá tanto auditorio le ha sentado fatal a esta generación que vio a Primal Scream como sus Rolling Stones particulares. Ahora, sin embargo, muestran con ellos en vivo el mismo entusiasmo que con un concierto de Mark Knopfler. Pena, penita, pena.

Fotos: Mónica Vila