Leo en redes sociales una discusión que captura mi atención. La abre un fan de Savages, obnubilado por la exhibición que el cuarteto londinense hizo en Oporto dentro del Optimus Primavera Sound. Lanza flores a las autoras del debut de la temporada y se muestra entusiasmado con su directo en el festival. Pero lo que recibe no es precisamente feedback positivo. Todo lo contrario, los comentadores hablan de bluff, de copia de Siouxsie and The Bashees, de grupo de temporada… Uno incluso lo compara con el supuesto fraude que para él son Lori Meyers por saquear a Los Planetas y Los Brincos.
Nada nuevo bajo el sol. Un grupo saca la cabeza con (determinadas) influencias pretéritas y salta la chispa. Casos recientes: le pasó a The Strokes, le pasó a Franz Ferdinand, le pasó a Interpol y le pasó a The Libertines. A Wilco no, porque introdujo el salvoconducto que exime de la tacha (darle, por ejemplo, pinceladas kraut-rock, vaya), pero casi. Uno no puede más que tener la sensación de haber vivido esto mil y una vez. Y de empezar a verlo todo cada vez con mayor distancia. Por cansancio, pero también por convicción.
Viajemos al pasado. Les contaré mi experiencia particular. Allá por 1990, cuando empezaba a leer revistas de música, existían dos grandes polos de atracción: Guns n’ Roses y The Stone Roses. Por alguna extraña cuestión, el ambiente incitaba a decantarse por uno u otro. Los defensores de Guns n´Roses echaban en cara a The Stone Roses su sonido blandengue, su arrogancia british y su, al parecer, débil directo. Los de The Stone Roses decían que Guns n´Roses eran retrógrados, que no iban más allá de mezclar a New York Dolls con Aerosmith y que encarnaban todos los males del rock en su versión más rancia. Uno, que tenía 14 años y estaba lejos de lo que se entiende por criterio, los disfrutaba por igual. Pero no de cualquier modo. FLIPABA con ellos. Escuchaba Appetite For Destruction y The Stone Roses con toda la emoción posible. Nada más que eso. No existía un análisis a mayores. Solo calambres, incontinencia adolescente y pasión, mucha pasión. A cambio, obtenía un chorro continuo de placer.
Además de los que integraban un bando u otro, existían otros personajes en la escena. Mucho más mayores, con sabiduría musical y, sí, con ese criterio que a mí se me escurría. Estos desechaban a ambas bandas. ¿Argumentos? Guns n´Roses y The Stone Roses no hacían nada nuevo, todo en ellos era copia de copia de copia y palidecían respecto a sus referentes. Vamos, que Aerosmith se comería con patatas a la troupe de Axl Roses y The Byrds se cepillarían del mismo modo a los chicos de Ian Brown. Los dos, desde ese punto de vista, resultaban simples naderías en el mapa musical del momento, cosas que solo los niños con escasa cultura musical podrían disfrutar. ¡Y vaya si los disfrutábamos!
Hoy en día creo que pocas personas menores de 40 años, de uno u otro bando, se atreven a cuestionar la calidad de Guns n´Roses y The Stone Roses. Los mayores, los que opinaron en su día, siguen en algunos casos quitándole relevancia. Pero no queda la menor duda de que ambos son referentes, que su sonido de supuesta segunda mano resulta en la actualidad perfectamente identificable e imitable y que entran dentro de la categoría de grupazos. Sí, igual que lo que ocurriría luego con Suede, Black Crowes, The Quireboys, Oasis o The Strokes, bandas que padecieron el mismo desaire de ciertos críticos y fans. Frente a ello, dejaron discos tan fantásticos, intensos y emocionantes que, a su lado, toda la palabrería se esfumaba en el aire.
Es momento quizá de volver a tener 14 años y entregarse a la música como entonces. Con la curiosidad, con la excitación y con el corazón, dejando a un lado toda esa “cerebralidad”, ese estar de vuelta de todo y esos dogmas que terminan en un callejón sin salida, a veces tan absurdos como aquel de Rockdelux cargándose en su día alegremente el Kid A de Radiohead en base a que Autechre y otros grupos de la IDM ya había usado antes texturas similares.
Así uno puede abrazarse a un grupo como Savages y disfrutar, sin cargo de conciencia, de sus latigazos de electricidad, de sus canciones afiladas y de su empuje avasallador. Yo lo hice tanto con su notabilísimo debut (que sí, que tira de Siouxsie, pero también de Joy Division, Clinic o Sleater-Kinney, por ejemplo) como de un directo realmente tremendo. A los que siguen mirando desde la barrera les invito a que salten al foso. Aquí hay banda, hay sonido y hay canciones. Que en el segundo disco se echen a perder o no, lo desconozco. También si dentro de un lustro alguien se acordará de ellas o serán como Elastica, Art Brut o The Pipettes, un efímero (pero maravilloso) estallido de temporada. Sí puedo asegurar que, hoy por hoy, Savages son una de esas bandas con las que dan ganas se enfundarse una camiseta con su nombre para vivir la música como entonces, cuando el Apocalipsis pop según Simon Reynolds aún estaba por llegar.
Foto de Savages en en el Optimus Primavera Sound de Oporto obra Xavier Valiño
Me parece un articulo derivativo, con influencias demasiado claras, que no aporta nada.
ja, ja, ja!!!
Joder, y la metáfora de las novias???
SÍ, estoy de acuerdo mi hijo de 14 años escucha lo que le gusta, sin modas ni etiquetas, de hecho no tiene ni idea de estilos, ni nada de eso… pero cuando yo tenía su edad o más, había gente que me veía rarita porque escuchaba heavy y punk, y los dos me gustaban, porque tenías que ser o heavy o punk, y los peores los denominados «modelnos», ah porque también escuchaba música electróncia, en fin que me gustaba y me gusta la música en general idenpendientemente del estilo, o de si copian o de si versionean.
Completamente de acuerdo contigo, nos falta la pasión de la primera vez, la limpia ingenuidad del placer de escuchar, pero ya sabes que en España si de algo estamos sobrados son de entendidos de Fútbol y de Música. Todo español que se precie tiene dentro un gran seleccionador nacional y, ante todo, un más docto musicólogo.
Me parecen unos comentarios derivativos, con influencias demasiado claras, que no aportan nada
Hola Javier, para bien o para mal crecer es un proceso irreversible, y uno no puede fingir que reverdece la pasión perdida cuando la vida insiste en desvelar la tramoya de muchos simulacros que en su día nos parecían «reales». El peterpanismo retromaníaco del que habla Reynolds es ante todo la constatación de un fracaso imho: el fracaso de inscribir la narratividad afectiva del pop en vidas adultas. Incluso el diseñador de las portadas de New Order (no recuerdo ahora el nombre, un ilustrísimo diseñador gráfico, puede ser Peter Saville?) reconocía hace años en una entrevista a El País que los años le habían enseñado que el Pop es, ante todo, fantasía escapista.
Otras generaciones resolvieron el tránsito a la edad adulta pasándose al jazz; en nuestro caso, es una incógnita que nos corresponde resolver. Ya no tenemos quince años y (¡¡aleluya!!) mejor así.
Mmm…, aunque muy bien explicado, difiero. No hablo de volver a tener 14 años y que la música muestre el mismo poder de arrebato de la primera vez. Eso es imposible. Hablo de irse quitando de encima toda esa serie de reglas, dogmas y principios que hemos ido acumulando durante todos estos años y que, en algunos casos, incluso nos los hemos creído en pos de un puritanismo «indie» que no lleva a ninguna parte más que la frustración. Mi experiencia personal es que, más allá de formular teorías y formar el supuesto criterio, no sirven más que para entorpecer la corriente de emoción.
Determinada crítica en los noventa ensalzó eso que Simon Reynolds denomina la «sensación de embarcarse en el futuro» (no sé si la cita es textual) y, además de que en muchos casos todo eso era una falacia (¡cuánto kraut-rock y oscura psicodelia sesentera se ha vendido como originalidad y «paso adelante»!), evitaba apreciar a bandas como Teenage Fanclub, Los Flechazos o The Black Crowes, por ejemplo. O se cargaba, sin más y de plano, cualquier movimiento que tuviera un sincero y abierto tufo a revival.
Solo con la mirada limpia que se tiene a los 15 años, o bien mandando a la papelera de reciclaje todas esas teorías (que es la opción que nos queda ahora), uno se puede acercar a la música a disfrutarla sin más, sin la necesidad de militancia en una corriente o apóstol de una retorcida teoría que analiza las canciones cual insecto bajo un microscopio. Vamos, que el ser adulto (al menos en mi caso) lejos de suponer una desconexión con la música es una oportunidad para acercarse a ella liberado de toda esa carga teórica que, al final, impide disfrutar de las cosas de verdad. Ya no hay nada que demostrar. La competición a ver quién es más cool y quién tiene más criterio se terminó. ¡Vamos a disfrutar!
Además, a cierta edad hay cosas que se entienden mucho mejor ahora que entonces. Que el pop no es solo cantarle al sábado por la noche y la resaca del día siguiente, sino que por ahí se cruzan divorcios inesperados, la rabia de no lograr encontrar precisamente tu sitio en ese mundo, la sensación de que a los 40 uno es más vulnerable aún que a los 20, las muertes de padres y madres que dejan a uno tiritando por dentro y mil y una cosas que, por normal, no se sienten a los 17 años. Todo eso también tiene cabida en el estrofa-estrofa-estribillo-estrofa.
Todo esto empezó hace unas semanas en el muro de Facebook del amigo David Saavedra, quien se declaraba fascinado con el concierto que Savages habían ofrecido en el Primavera. De hecho, los destacaba incluso por encima de Nick Cave & The Bad Seeds o Swans; algo que, he de reconocer, me tocó bastante la fibra. Mis comentarios sobre lo poco que me ha gustado el disco de Savages obedecen a su absoluta falta de personalidad y supuesta frescura… precisamente dos de los argumentos que esgrimía Saavedra en su alegato. Carolina Velasco también entró al trapo, sacando a relucir los parches de post-punk y apoyando mi tesis. Me sigue pareciendo alucinante que se hable de «empuje avasallador», «canciones afiladas» o «latigazos de electricidad» con tanta ligereza. Grupos como The Men, sin ir más lejos, les dan mil vueltas a este respecto. Como tú mismo certificas los Savages son una sensación de temporada.
Lo de Lori Meyers fue una «boutade», lo reconozco, pero me parece un ejemplo sintomático. Lo que necesitamos es un verdadero relevo generacional que aporte algo genuino y vibrante; no necesariamente original, pero que al menos tenga algo que aportar. Pienso en Deerhunter o Dan Deacon, por ejemplo, presentes en el festival y con mucho más que decir que estos cachorros.
¡Un abrazo fuerte!