La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Cuando en el 2004 escuché por primera vez Set Yourself On Fire de los canadienses Stars lo vi claro. Especialmente con una canción, Ageless Beauty. Ahí se encontraba exactamente el sonido al que debería aspirar Nadadora. Entonces, la banda de O Grove preparaba su primer disco. Estaban todos ellos fascinados por The Delgados y el trabajo que Dave Fridmann había hecho en Hate. También con el viraje hacia el folk-rock de Mojave 3. Pero, a mi modo de ver, ese punto de evanescencia sintética en clave noise pop les iba como anillo al dedo. Se lo comenté a Gonzalo Abalo, cantante y guitarra de la banda que ayer anunciaba en La Voz su separación. Él asentía, pero no tardaba en poner el freno. “Conseguir eso cuesta dinero”, decía.

Ya ha pasado suficiente tiempo para admitir sin problemas que aquel primer disco de Nadadora, Todo el frío del mundo (2005), derivó en algo embarullado y falto de dirección, pese a la calidad de su cancionero. También para afirmar que el segundo, Hablaremos del miedo (2007), se quedó en un frustrante quiero y no puedo de la grandeza dramática a la que aspiraba. Solo en su tercer paso, Luz, oscuridad, luz (2010), se alcanzó ese punto óptimo al que la banda aspiraba desde el primer momento. ¿Cuál es la diferencia? Pues no tanto las composiciones, el estilo o el aprendizaje, que también. Especialmente influyó una cosa: el dinero. En el último trabajo, por fin, el grupo había podido ponerse en manos de un productor a su medida. Fino Oyonarte el responsable del Super 8 de Los Planetas hizo diana. Pero costó. Sudor, pero también euros. Tal es así que mientras los dos primeros trabajos se amortizaron a los pocos meses, al tercero aún le queda una buena parte del “debe” por cumplir. Sí, dos años después de grabarse el grupo aún no ha generado el dinero suficiente con los conciertos como para pagar su grabación.

Ahí radica el gran problema del indie en España. Tras la página laudatoria en Rockdelux, la soñada actuación en el FIB y los “me gusta” de los fans en facebook se esconde una particular espiral que rara vez va más allá de otro destino que la inanición y los bolsillos agujereados. Todos los círculos giran en esa dirección: el amateurismo como filosofía obligada, la necesidad de compaginar todo con trabajos, el poner pasta que nunca vuelve y la sensación de estar viviendo algo muy intenso pero que nunca llega a la plenitud total. Dos años, cinco, ocho, diez… los que sea. Un día hay que decir basta. Cuando la situación laboral obliga a poner tierra de por medio y resulta imposible ensayar, cuando no existe el modo de girar con un crío a cuestas, cuando no hay manera de convertir la de músico en una profesión… Nadadora han llegado a ese punto. Y han dicho basta porque no quedaba más remedio que decirlo. “Nos es totalmente imposible afrontar la grabación de un nuevo disco y su posterior gira”, confesaba Gonzalo Abalo ayer en La Voz.

Resulta, en cierto modo, lógico. Los milagros solo ocurren de cuando en cuando. Que un grupo que se nutre del espíritu de Sarah Records y los sonidos shoegazers pueda vivir de su música en España semeja una quimera. Nadie esperaba otra cosa. Ya bastante supuso llegar a la final del Proyecto Demo, tocar por medio país y colarse en la vida de decenas de personas con esos planteamientos. Realmente, resultó un éxito inesperado. Aunque quizá el haber llegado ahí, acariciando con la yema de los dedos el momento de decirle al jefe “el lunes no vuelvo”, lo haya complicado más el final. Pero cuando llega la parálisis y esta se convierte en una mano que dice adiós todo parece más claro. Como tantos otros, Nadadora no se disuelven porque el discurso esté agotado o no tengan más cosas que decir. No, lo hacen porque no solo no pueden vivir de ello. Ahora, ni siquiera pueden vivir para ello.

No hay amateurismo que resista. Existen unos años en los que sí, se acude a festivales de relumbrón a pérdida. Se asume como unas vacaciones y aún por encima ¡con pase de artista! También hay momentos en los que se presenta la oportunidad de tocar en Albacete y se hacen tropecientos kilómetros para que te vean 30 personas. Todo se justifica como una experiencia. Y, cómo no, se puede terminar llegando (literalmente) a la carrera al Lolapop con la banda esperando en las tablas porque el vuelo que te trae de Madrid en donde saliste de trabajar a las cuatro de la tarde tuvo un retraso. El corazón joven lo resiste. Pero, tarde o temprano, aparece ese día en el que o todo eso se sostiene por sí solo, como un trabajo, o no hay manera de continuar.

Téngalo en cuenta antes de señalar con el dedo a los grupos que pretenden vivir de su música. Sí, a los Lori Meyers, Dorian o Delafé y Las Flores Azules. También a Triángulo de Amor Bizarro, El Columpio Asesino o La Bien Querida. En el indie existe una tendencia a adorar lo marginal y machacar a esas bandas que intentan emprenden el vuelo. El permanecer en el nido no sirve de nada. Puede resultar encantador, vale, pero a la larga no deja de ser más que una tijera que lo aborta todo. Impide que los grupos puedan crecer implicados al 100% en su música, que los discos suenen como tiene que sonar y que las carreras se desarrollen sin que un día la realidad muestre la peor de sus caras diciendo: “Hasta aquí llegaste, amigo”.

Habrá quien insista en que todo ello tiene encanto. Otros hubiéramos preferido que aquellos dos primeros álbumes de Nadadora gozasen de la calidad de sonido del tercero, que todos sus conciertos hubieran estado precedidos de una dinámica normal de ensayos y, sobre todo, que el grupo pudiese decir en un futuro todo lo que ha quedado mudo en el local en un cuarto y quinto disco que nunca verán la luz. Y eso, señores, es una verdadera pena.

Nadadora interpretando «Plásticos y metales» en el FIB 06 en su máximo momento de apogeo