La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Sex Museum son un clásico básico de la escena underground nacional. Le plantaron cara al degradado pop-rock español de la segunda mitad de los ochenta con garage y hard-rock cantado en inglés. Y más de 20 años después continúan con la misma actitud de siempre. Ninguna de las mil transformaciones de la música independiente nacional ha podido con ellos. Con motivo de su presencia en el festival V de Valarés de Ponteceso hemos entrevistado a su guitarrista Fernando Pardo para el suplemento Fugas. He aquí la versión completa de esta charla en la que, una vez más, se demuestra que el músico fan es el mejor entrevistado posible.

-Les llamo de A Coruña. Aquí en los primeros noventa la visita de Sex Museum era todo un acontecimiento a nivel undeground. ¿Recuerda aquellos excitantes conciertos que daban con Los Eskizos?

-Sí, claro. A finales de los ochenta, cuando conocimos a Los Eskizos y toda ese generación de bandas de A Coruña, fue cuando empezamos a conectar y ver que había gente con una visión parecida a la nuestra de la música. Hasta ese entonces, sobre todo a mediados de los ochenta, éramos como una rara avis en bastante sentidos. Por una parte, estabas dedicándote a la música como una especie de cruzada personal para sacar adelante no solo una cuestión de gustos, sino de desarrollo como músico. Pero, luego, elegíamos unas referencias tan contrarias a lo que se podía dar en España, que tuvimos que esperar unos años para que surgieran otras escenas para que la cosa se consolidase. De hecho, pienso que mucho del indie que está consolidado hoy en día, aunque ahora esté más orientado hacia el pop, nació en ese momento. Era el do it yourself: hazlo tú mismo, encuentra una escena en la que apoyarte, siembra para que luego crezca, cultívala y riégala. Todo eso me recuerda a aquella sensación, un momento muy excitante para nosotros.

-Como público recuerdo el impacto de encontrarme algo totalmente diferente a los grupos de rock nacionales que un chaval de 16 años podía conocer por la radio y la tele. De repente ver a una gente manejando unos códigos estéticos y sonoros tan diferentes fue un todo un shock. Visto en perspectiva, ¿cuánto había de romanticismo y de tirarse al vacío en los Sex Museum de “Independence”?

-Es eso, justo, has dado en la palabra. El romanticismo entonces se daba en un porcentaje altísimo y creo que sigue siendo muy importante. Es cierto que la realidad te obliga a ser más práctico y a tener un enfoque algo diferente, pero el motor de Sex Museum continúa siendo ese romanticismo. Nosotros decidimos ir por este camino, por un amor a cierta música, por una actitud frente al arte y por una estética que nos emocionaba. Nos preguntábamos a ver hasta qué punto podíamos durar. Y hemos descubierto que dedicándose a esto con el motor del romanticismo se desarrollan cosas que, a veces, van un poco cruzadas con los tiempos, pero a la vez hacen que el camino sea mucho más disfrutable.

-Tuvieron una etapa de plenitud total como banda con “Nature’s Way” y «The Fabulous & Furry» Luego llegó la explosión indie mucho más orientada hacia el pop. ¿Pensaron entonces que su momento se podría haber terminado?

-En ese momento no. En la explosión inicial era todo como muy cercano. Estábamos juntos un montón de grupos que, más allá de gustos musicales y el tipo de música que hacíamos, teníamos en común una visión de hacer algo totalmente diferente a lo que se había hecho en España hasta entonces. No era necesario que te sacase adelante una gran compañía, podías hacerlo tú. Ahí coincidimos gente como Sexy Sadie, Los Planetas o Australian Blonde. Éramos un montón de bandas en un nivel bastante parecido haciendo la primera grieta respecto al poder enorme que habían podido tener las grandes compañías. En aquel momento nos daba la sensación de que la música independiente se estaba desarrollando y creciendo. Luego sí que se dio una diferencia, pero ahora con el tiempo veo que la marcó básicamente la prensa musical. Radio 3, cierta prensa como Rockdelux o Mondo Sonoro, tuvieron clarísima cuál era su apuesta. Su apuesta era el pop. Llegó un momento en el que nos quedamos fuera de ese juego. Hubo un giro y la música independiente se convirtió en una marca que apoyaba una orientación musical, aunque los grupos no fueran independientes y estuvieran con multinacionales, que es a lo que derivó con el tiempo.

-A mediados de los noventa en algunas revistas se empezó a ver mal a los grupos que, como ustedes, se nutrían de referencias antiguas y roqueras. Llegado ya los dosmiles se produjo como una tregua, volviendo a admitiros. ¿Lo notaron?

-Sí, puede ser, pero no es un tema al que le haya dado muchas vueltas. Pero puede ser cierto. La verdad es que es una de las primeras veces que repaso este tipo de cosas, así en plan debate. Yo, en su momento, vi que todo se orientaba a ciertos movimientos de la prensa inglesa, que nosotros repetíamos de alguna manera. Era como si se pretendiese inventar una escena independiente española realmente personal y, claro, hasta llegar a ese punto hubo mucha búsqueda y muchas pruebas a ver si funcionaba o no. Con el tiempo se ha llegado a un punto en el que todo es mucho más abierto. Es más, está abierto porque ha desaparecido el poder de muchas compañías y, con ello, el poder que tenía mucha prensa musical. Ha habido un cambio de balance. Ahora es posible que cualquiera pueda trascender, pero es mucho más complicado. Se produce una extraña paradoja. El tener la posibilidad de tener el foco encima es más complicado y dura mucho menos tiempo, pero eso también viene bien a las bandas, porque les obliga a tener un compromiso con su música mucho más allá de lo que se podría tener en los setenta u ochenta, que podría ser algo como “bueno, lo voy a intentar y si la cosa funciona pues me forro y si no a otra cosa”. Ahora es muy diferente. Llega un momento en el que, si uno quiere hacer de la música un proyecto de vida, tiene que vencer el vértigo de llevar una vida relativamente bohemia. Es algo muy complicado. No hay dinero, hay muy pocas posibilidades y te tienes salir del camino que pudiera ser más cómodo. En épocas de crisis, mucha gente tira a lo fácil. Estoy viendo como muchas grandes bandas y con buenas ideas dicen: “Si en las épocas en las que era posible nos fue tan mal, ahora lo dejamos”. Yo, sin embargo, pienso que debería ser al revés: ya que en épocas complicadas no tienes nada que perder, trata al menos de desarrollar de tu visión personal de la vida y el arte.

-Una huida hacia delante, ¿no?

-Sí, de hecho en países como España las épocas más florecientes para la cultura han sido periodos de crisis absoluta. Yo creo que, como país, España ha quebrado como 15 veces y cinco o seis de esas quiebras han coincidido con grandes momentos de creación. Esto podía dar una visión especial y diferente de ver la música. Ahora, además, hay una cosa. Cuando antes tocabas en festivales con grupos extranjeros de mucho nombre y salían al escenario te daban un repaso que decías: “!Madre mía, que ciclón ha pasado por aquí!”. Últimamente ha cambiado. Puedes salir por ahí fuera, tocar en vivo y la gente decir: “¿Estos de dónde son? ¿Españoles? ¡Ahí va!”. Te lo digo por experiencia. Cuando Sex Museum empezamos a tocar fuera era un exotismo como ver a un grupo libanés en un festival inglés. ¿Un grupo español de rock? ¿Y eso cómo es posible? ¿En España, nuestro país vacacional para ingleses, se hace rock mejor que nosotros?. Si entonces le preguntabas a cien ingleses, los cien te dirían que imposible. Hoy en día, es diferente.

-En la nota de prensa del “Alone & Alone” su último disco, se definían como “afortunados perdedores”. ¿Siguen viéndose así?

-Sí, yo creo que sí. Hubo un momento en el que vimos que nuestra apuesta había que tomársela en serio y fuimos a saco con ella. Es el punto este en el que ya sabes que se llevan las faldas rosas y vas tú y dices “vale, ya lo sé pero no, yo este año las voy a hacer marrones”. Y resulta que no te comes un colín, porque es el año del rosa. Pero al año siguiente insistes. Ese es básicamente el resumen de Sex Museum: apostar por una cosa que está fuera de lugar y de tiempo. La diferencia es que uno es consciente de ello, retirándose de la puja. Sin embargo, nosotros siempre hemos tenido el orgullo suficiente para decir “¿Y qué? Vamos a seguir y correremos la Fórmula Uno con un Seat Panda”. La gente pasa de lado y te dice “nunca lo vas a conseguir”. Yo recuerdo que, al principio, nos decían que en inglés no íbamos a ningún lado. Luego, cuando ya se empezó a extender lo de cantar en inglés, ibas a la misma prensa y te decían “Buah, es que el rock tal y como lo hacéis vosotros no se lleva nada”. Volvías años después, y ya había un nueva pega. Pero bueno, nosotros siempre hemos tenido el punto ese de “¿Ah no? Pues lo voy a conseguir por mis huevos”. Con un poco de perspectiva te das cuenta de que hay pocos grupos con nuestro estilo y actitud que hayan perseverado como nosotros. Y, luego, te acabas dando cuenta de que es posible. ¿Qué somos los perdedores de todo esto? Vale, pero somos unos perdedores felices. Estás fuera de plano. Eres como el hombro ese que está en las fotos fuera de plano. Estás, pero nunca se te acaba de ver bien.

—¿Alguna ventaja tendrá?

—Sí, claro. Si no eres el centro de atención, tampoco se te exige nada y puedes mantenerte más años con cierta estabilidad. Tu tu carrera no tiene las subidas y bajadas que pudieron tener Ronaldos o Gabinete Caligari en los ochenta o Australian Blonde y Sexy Sadie en los noventa. En cada década ha habido grupos que han tenido la gran subida, pero luego la gran bajada que hace que se retiren. Nosotros tratamos de mantener le movimiento constante.

-Decían en alguna ocasión que se sentían en los festivales como si se colasen en una boda a la que no habían invitados.

-Totalmente. Podríamos decir que somos unos farsantes pero no, porque hace tiempo que hemos puesto las cartas boca arriba dejando claro de qué vamos. Sí que hay entregas de premios en los que, de repente, sale Sex Museum que es como una visión bastante indómita del rock y un rollo muy personal, que un día reivindicas tu parte más basada en la nueva ola inglesa y luego al siguiente disco decides que quieres hacer un disco como Todd Rundgren. Reconozco que despista un poco. Eso hace que, por temporadas, nos quedemos fuera de foco como te decía antes, pero algo hemos desarrollado para continuar eternamente. De repente triunfa el brit pop, el indie más pop o el metal tipo Rage Against The Machine y siempre estamos nosotros en algún lugar de la foto. Entonces hay un momento en el que piensas: “Joder, nos hemos quedado en todas”. Ninguna ha sido perfecta, pero siempre hemos estado por ahí

-Durante todo este tiempo han creado un sonido Sex Museum fácilmente identificable. En el último, sin embargo, da la sensación de que han ido a por un discurso un poco más relajado que recuerda a esas producciones densas y expansivas de los años setenta, tipo T. Rex o David Bowie. ¿Perseguían eso?

-Sí, buscábamos hacer las cosas de otra manera. Antes los discos se orientaban desde el punto de vista de un guitarrista, con mucha urgencia alrededor de su instrumento. Esta vez quisimos darle más protagonismo al resto colocando las guitarras un poco más abajo. Gana la voz, el bajo y la batería, acercándonos a una forma más clásica de grabar rock, lo que nosotros consideramos el punto óptimo. En ese aspecto somos algo friquis. Nosotros pensamos que desde mediados de los ochenta los bajos no suenan bien en los discos, salvo excepciones. También que, desde ese momento, se repiten los mismos esquemas y estás oyendo la misma canción. Que las baterías y los propios baterías ni tocan ni suenan como antes, que o se pasan de virgueros o de cutres. Nosotros, por admiración de otros artistas, hemos llegado a ese punto en el que, bajando las guitarras, hemos logrado ese momento de “Joder, ya lo hacemos bien”. Y eso tiene que ver con nuestra parte de fans, que somos muy fans. Hay un momento en el que escuchas a los grupos con la lupa del creador y del fan. Hemos llegado a escuchar nuestros discos y decir “Vaya mierda, no hemos sido capaces de llegar a donde teníamos que llegar”. Últimamente, ya hemos llegado a ese grupo que no tiene tanta explosión, pero tiene un impacto más amplio.

-Me habla de su condición de fan ¿A quién admirada usted de adolescente como para coger una guitarra y montar su propia banda?

-Lo mío es una mezcla de los Who y los Jam por un lado, y el rock n’ roll antiguo por el otro, que era lo que escuchaban mis padres en casa. Imagínate los Shadows, Ventures, la banda sonora de American Graffiti y mucho pop inglés: Bowie, The Clash, muchas cosas. Siempre tuve mucha mezcla. A la vez que todo esto, cuando estámos entrando en el tema mod, mi grupo favorito eran los Beach Boys. Pero, al tiempo, uno de mis guitarristas favoritos era Rory Gallaguer. Se producía una mezcla un tanto curiosa. Yo escuchaba discos de los Beach Boys y los Kinks, pero luego como guitarrista me flipaban Ted Nugent, Jeff Beck o Rory Gallaguer. Todo sigue igual, necesito seguir alimentándome de música. Compro miles de discos. Yo soy de la parte de que podría ser tanto músico, como crítico musical, como un fan loco de esos de comprar rarezas. Por ejemplo, me encantan los singles y tengo todos los singles de los Jam, incluidos picture disc y los flexis, o todos los primeros singles de los Black Crowes. Igual con Nirvana, Screaming Trees y los grupos que en algún momento me han llegado. Aún me meto en e-bay habitualmente a buscar cosas.

-Pues allí puede encontrar alguna joyita de su grupo. En las ferias de coleccionismo una primera edición de “Fuzz Face” o “Independence” se cotiza muy alta.

-Sí, el primero original y algunos singles ya cuestan una pasta. No sabes qué pensar, en plan ¿me he convertido en un grupo de culto para friquis o qué? Al final parece que nos hemos ido en la balanza en ese sentido.

-Lo que sí que tenía pinta de terminar como «grupo de culto para friquis» eran Los Coronas y, al final, la repercusión que ha tenido eclipsa incluso a Sex Museum. ¿Cómo llevan esta tensión?

-Bueno, la parte que combina ambos grupos lo llevamos muy bien. La parte que está solo en Sex Museum dice “Me cago en vuestra madre” [se ríe]. La verdad es que ha sido una cosa algo rara y atípica. Hemos tenido mucha más repercusión fuera al ser un grupo instrumental. Yo a veces pienso en qué fue lo que ha convertido a Los Coronas en un grupo que se va a grabar a Estados Unidos y, luego, va y se hace una gira por Australia de casi un mes. ¿Qué es lo que ha llevado a este punto? No puedes explicarlo. Ha sido todo un poco extraño. En el libro del rock te deja muy claro que un grupo instrumental derivado de un sonido antiguo o reto no tienes opción ninguna. Y nosotros, va y la hemos tenido. Dentro del rollo surfero la gente se pregunta que qué pasa, pero incluso con grupos americanos que no dan crédito. Habría que hacer un análisis largo.

-En una entrevista Marta se lamentaba de que veía a pocos adolescentes en los conciertos, que el rock había perdido ese punto de celebración juvenil. ¿Lo ve usted de la misma manera?

-Sí, todo es diferente. El mundo está cambiado. Nuestra generación, los nacidos en los sesenta, somos el principio del mundo moderno. Los anteriores tienen fotos en blanco y negro. Tú ves las fotos de Lemmy de Motörhead cuando era pequeño y ves que aquello era el mundo antiguo, aquel en el que no había televisión y en el que iba con esas pintas que parecen de otro siglo. Nosotros somos el principio de otro mundo. En España los setenta eran el principio de todo. Los mayores estaban tan ocupados con sus cosas que dejaban que los niños y jóvenes se dedicaran a lo que quisieran. Hacia el 73 tú ibas al bar y un chaval de 10 años podía comprar tabaco o pedirse una caña. Era un enfoque distinto. Por lo que fuera, hasta mediados de los noventa cualquiera que quisiera sentir la explosión del rock podía hacerlo. Ahora ha desaparecido. La gente joven no puede ir a los conciertos. Los menores no pueden ir a bares, no pueden ir a conciertos, casi no pueden hacer nada. Ahora lo que pasa es que, cuando una persona tiene 18 años, en vez de empezar a hacer lo que le tocaba con 14 o 15, que era empezar a ir a conciertos y esas cosas, sigue con lo que estaba: esa mezcla de Play Station con el inicio de la universidad o el empezar a trabajar. Toda la etapa de formación anterior, esa en la que eres un chaval y vas a vibrar a un concierto con los de tu clase, a sudar como un pollo en un garito y flipar con esa música rugiente, te la saltas. Luego, más tarde, a lo mejor ya no te apetece hacer eso y se enfoca de otra manera.

-¿Puede sentir hoy un chaval de 17 años un latigazo con los Stooges como el que sintieron ustedes en su día?

-No, es muy difícil, ya no hay bandas así. Quien ha tenido la suerte de disfrutarlo bien, pero esto es como a quien le gustaría haber vivido la época de los piratas. Pues le dices “Vale, muy bien, pero eso ya ha pasado”. En general, la opción que tienes para ver grupos es ir a un festival gigante, verlos a varios metros de distancia y eso, si eres amante del grupo, te puede llenar. Pero el impacto, el ir a un garito pequeño y poder disfrutar con la gente que has quedado no es lo mismo. Luego, tal y como están las cosas, es muy complicado. Tocar un instrumento es como hacer zuecos, es algo artesano a lo que hay que dedicar mucho tiempo. Hoy en día resulta más fácil dedicarse al guitar hero y a vacilar con los colegas con la play. El rock n’ roll se ha convertido en algo kitch, ha perdido el peligro y la seriedad para convertirse en un eterno anuncio de vaqueros. Ahora incluso Tom Cruise va a ser roquero en una película.Eso muestra lo kitch que se ha convertido todo esto. En menos de nada, el rock será la música del anuncio del próximo Colacao.