La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Grabado en 1971, el mítico «Historie de Melody Nelson» revivió hace unos meses gracias una cuidada reedición que incluye tomas alternativas

En Serge Gainsbourg se encuentra un ejemplo perfecto de lo que muchas mujeres definen como hombre interesante. Feo, narigudo y con orejas de soplillo, mostraba, siempre arrogante, su aspecto desgarbado. En principio, todo se encaminaba hacia el rechazo. Pero, sin embargo, ese cóctel lo convirtió en uno de los hombres más deseados de los setenta. Sus brazos rodearon a algunas de las féminas más bellas de su época, como Brigitte Bardot, Juliette Greco o Jane Birkin. Y sus composiciones lo acercaron a las igualmente hermosas Catherine Deneuve, Françoise Hardy o Petula Clark. Unas físicamente, otras en lo artístico, algunas en los dos frentes, todas claudicaron ante el atractivo de un artista que había desatado todas las alarmas en 1969 con una canción: Je t’aime… moi non plus.

Ese single fue la banda sonora de los nuevos aires de libertad sexual que se habían destapado en la segunda mitad de los sesenta. Más allá de metáforas escondidas o sutilezas, el compositor francés lo llenó de versos explícitos y lo adornó, aún más explícitamente, con los gemidos de Jane Birkin, su pareja de entonces y madre de su hija, Charlotte Gainsbourg. El escándalo fue monumental y el tema se prohibió en varios países. La polémica sirvió para triplicar su impacto y alzar a Gainsbourg, que ya había triunfado con sus canciones para France Gall o Brigitte Bardot, a la eternidad.

Además, Gainsbourg evidenciaba algo que iba a trastocar la moralidad pública. Tal y como habían demostrado antes Mick Jagger o Jim Morrison, una buena parte del público femenino buscaba algo muy diferente que el cantante guapo y romántico que se les había vendido en los primeros sesenta. Pero Gainsbourg fue mucho más allá de abrir el tarro de las pulsiones sexuales de una generación con Historie de Melody Nelson, su gran obra maestra.

Reeditada a todo lujo, continúa en el 2012 planteando el mismo debate. Se trata de un álbum conceptual, sombrío y viciado, sobre el romance de un hombre de 40 años con una adolescente de 15. Eso, en la ficción, ajustándose a la historia de Lolita de Vladimir Nabokov que tanto había fascinado a Gainsbourg. La realidad resultaba menos problemática: tras el personaje de Melody Nelson se ocultaba Jane Birkin, que entonces rondaba los 25 y, ejerciendo de pura marioneta en manos de su amante, se aniñó a su gusto.

Por lo visto, nada ha cambiado. En el deuvedé que acompaña la reedición Gainsbourg confiirma esa su fascinación enfermiza por Humbert Humbert (el protagonista del libro) descartando a Lolita («una niña boba», dice). Jane Birkin, lejos de enojarse al verse en ese papel, admite que sí, que entonces ella bien podía ajustarse a esa definición. «Descubrí Lolita y me quedé impresionado. Pienso que es uno de los libros más hermosos de este siglo», explica Serge Gainsbourg en el documental. De hecho, intentó en balde musicar los textos que Nabokov escribió en francés y tuvo que trenzar su propia trama de decadencia y perversión.

En esta Gainsbarre, el álter ego del músico circula en un Rolls Royce y accidentalmente atropella a una jovencita que circulaba en bicicleta. Al salir del coche, la ve en el suelo. De ese encuentro surge una amoral historia de amor, con declaraciones apasionadas («eres la condición sin la cual no existe mi razón», dice en Ballade de Melody Nelson) y un final trágico: la muerte de la muchacha en accidente de aviación. No hicieron falta todas las páginas de Nabokov. Él lo resolvió en apenas media hora.

Arquitectura sonora de lujo
Considerado como «el primer poema sinfónico de la era pop» Historie de Melody Nelson supuso todo un hallazgo estético. Recogiendo el método de álbumes conceptuales como el Tommy de The Who, Gainsbourg introdujo en él sus ingredientes particulares y creó un personalísimo híbrido de chanson, valses, rock progresivo y funk. Los suntuosos arreglos orquestales de Jean Claude Vannier terminarían por hacerlo inmortal.

La primera fase se grabó en Londres. Se trata de un colchón denso y sensual, de bajos amplísimos y guitarra crepitante sobre el que se desliza el verbo impertérrito del cantante. La segunda etapa se resolvió en París derrochando una elegancia e imaginación que aún hoy es una de las plantillas maestras del pop orquestado. Sin este disco, por ejemplo, los Tindersticks no habrían existido nunca. O serían una banda totalmente diferente.

En su día, sin embargo, fracasó comercialmente, despachando apenas 15.000 copias. Fueron los años los que le darían la condición de una obra maestra que ahora esta revisión confirma. Un cedé a mayores de tomas alternativas y un documental en deuvedé (en francés y con subtítulos solo en inglés) completan la edición.