La excepcional acogida que ha brindado la prensa y el público indie a «Sonic Kicks», el último disco de Paul Weller, lleva a trazar una reflexión sobre la sustancia de los discos, su envoltorio y la importancia de adjetivos como experimental o conservador
En los noventa aún existía fe en el futuro de la música pop. Muchos rechazaban el revival de plano. Entonces se criticaba (a veces, con toda la razón el mundo) que en las escenas retro se solía valorar a los artistas solo por el estilo que ejecutan. Es decir, todo gravitaba en torno a que el músico se adscribiese a los postulados de un género determinado, fuera este surf instrumental, r&b, garage-punk o rockabilly. De la calidad del material, ya se hablaría (y, por lo general, con el listón por los suelos). Al lado de eso estaba el brit-pop, apadrinado por Paul Weller e invocando claramente a los gloriosos años sesenta ingleses. Lo mismo pero con barniz de actualidad, opinaban una parte de la crítica y el público entonces. Eso sí, haciendo todo tipo de excepciones ante la contagiosa euforia que generaban los himnos de Oasis, Blur o Suede. Y olvidando, quizá, que en Weller hay un autor que, al igual que Bob Dylan, Pj Harvey o Elvis Costello, va mucho más allá de una corriente.
Se suponía que en el mundo indie, el de verdad, el de la cuerda floja, la cosa iba por otros derroteros. Se valoraba el riesgo, la experimentación y los triples saltos mortales. Todo para visualizar el rock del siglo XXI, que un día llegaba en forma de trip-hop, otro en modo post-rock y al tercero tiraba la toalla, declarando su muerte en favor del intelligent techno. Tanto daba que, en muchas ocasiones, se hiciera trampa y que, bajo la apariencia de un avance real, se producían hurtos del artista de grupos pretéritos semi olvidados con un mínimo toque personal. Vamos, que se trataba de algo similar al denostado brit-pop, solo que mucho menos sincero y con ínfulas visionarias.
La cuestión es que esas líneas genéticas selectas que apuntaban a grupos raros (Can, Silver Apples, Suicide, Nick Drake, Brian Eno, Kraftwerk, United States Of America, Neu!…) ya no generan, hoy en día, la misma extrañeza. Son moneda de cambio habitual entre los aficionados más o menos interesados, pero la sensación de “ohhhhhhhhhhh!” continúa vigente. Si un músico apunta ahí, enrareciendo un poco al discurso metiéndole un ritmo motorik, llegan los aplausos. Si apunta a otros parámetros más “normales”, dibujando por ejemplo pulcras melodías a lo Credence Clearwater Revival, los bostezos. Le ocurrió a Wilco, que habían pasado bastante desapercibidos para el universo Primavera Sound hasta maravillar al personal con las dobleces de Yankee Hotel Foxtrot (2002) y A Ghost Is Born (2004). Sin embargo, resulta difícil afirmar que estos trabajos resulten mejores que Being There (1996) o Summerteeth (1999). Se muestran, sí, más insólitos al oído pop convencional… pero ¿superiores? ¿Y se supone que por ello se debe dejar a un lado un disco como Sky Blue Sky (2007) por tirarse al sonido soft-rock?
Algo similar ocurre actualmente con Paul Weller. Se le quiere y se le adora. Lógico, lleva unos años tremendos, caminando por la línea del notable y, en ocasiones, llegando al sobresaliente. Pero cuidado, eso ya ocurría antes de que descubriera el kraut-rock con el apreciable Sonik Kicks (2012) o que ofreciese el magistral discurso posmoderno de Wake Up Nation (2011). Si acudimos a su pasado reciente, ahí está As Is Now (2005), mucho menos atractivo en su formulación teórica para según que crítica (rock con ramalazo soulero y algo de folk), pero realmente tremendo en su corazón musical. Cualquier fan de Animal Collective que se tire a él sin prejuicios se topará con un álbum espléndido sin un solo segundo de relleno y, !sorpresa!, mucho más sólido que el recientemente laureado Sonik Kicks.
Todo ello nos lleva a pensar que, años después, todo sigue igual. Dependiendo el hilo del que se tire, se logrará un aplauso u otro. Así, desde esa óptica, en los noventa The Black Crowes eran un grupo retrógrado y deleznable por inspirarse en las bandas de rock sureño; Teenage Fanclub resultaban para muchos los más frescos del barrio por hacer lo mismo fotografiando los pentagramas de The Byrds; y Stereolab, el no va más por tirar de la rítmica Neu! y fundirla con lounge. En realidad los tres eran grandes grupos que elaboraban grandísimas canciones y grandísimos discos. Igual que los que venía haciendo Weller hasta ahora, punto en el que está demostrando, para quien no lo supiese ya, ser un autor total. El ex líder de The Jam y Style Council logra integrar todo tipo de influencias al tronco principal de su obra: esa personalidad de fan, recia y honesta, que muestra las costuras sin ocultarse. Sabe que, al final, lo suyo resulta único. Y en momentos de crisis de ideas, como el actual, imprescindible.
No queda ninguna duda de que Sonic Kicks se trata de un disco estimulante, panorámico y colorista. Que arranca con un Green explosivo que promete subidas y bajadas efectistas, pero que realmente llega al corazón en su lado más pop. Ahí, en el aeroplano melódico de The Attic, la ambrosia musical de That Dangerous Age y la maravillosa caricia psicodélica de When Your Garden’s Overgound es donde Weller desarma por completo. En lo otro, en el lado “experimental”, cosecha luces y sombras, dando menos de lo que inicialmente promete. Canciones algo agarrotadas como Kling I Klang y pasajes instrumentales totalmente prescindibles como Sleep Of The Serene van de la mano del el rock-con-efectos-espaciales de Arround The Lake o el sonido cuasi sinfónico de Drifters.
Todo ello, sitúa el álbum en la lista de los recomendables de la temporada. Pero no llega a cumbres de su pasado más heterodoxo –22 Dreams (2008), Wake Up Nation (2011)– ni tampoco del supuestamente conservador –Wild Wood(1993), Illumination (2002), As Is Now (2005)-. Ahí descansan verdaderos tesoros pero, eso sí, hay que dejar los dogmas en el bolsillo para poder disfrutar de ellos en toda su plenitud. Y lo dice uno que menospreció a Weller en el pasado, un artista por encima de lo extraño y lo convencional. Sonik Kicks lo vuelve a demostrar. Pero también deja claro ciertas inercias del público y la crítica que piden una urgente revisión.
«When Your Garden’s Overgound», una de las grandes maravillas de «Sonic Kicks»
A quien razona como en este artículo, se le puede pedir consejo sobre música, en la tienda de discos con los billetes en la mano, que es cuando cuenta. Los otros, que arreglen sus problemas en el diván
Totalmente de acordo, un dos peores discos (que non malo) de Weller está levando os parabéns que se lle negaron a outros moitos mellores.
A influencia kraut estase convertindo no novo comodín na crítica de discos.
Puedo estar de acuerdo con el ultimo comentario, pero lo que es cierto que es uno de los pocos (quizás Costello) que sigue apostando por evolucionar su música frente a la gran mayoría durmiendo en sus laureles. A su edad los nuevos fans como dice el blog llegaran a través de sus seguidores, y los que ya lo somos desde siempre seguiremos disfrutando del «nuevo» disco de Weller frente al uno mas del artista
Todo es relativo, y va en gustos. Estoy de acuerdo con muchas cosas que se dicen o incluso reiteran en el artículo. Pero en concreto sobre Weller, Sonik Kicks me gusta mucho más que Save up the Nation o 22 Dreams. En mi opinión es lo mejor que ha hecho desde los 90. Y los temas Kling I Klang! con ese aire del este de europa y Drifters con ese aire de falso flamenco me parecen de los mejores del disco, o al menos están a la altura de las mejores( Green, Attic, When Your Garden’s Overgrown, Dragonfly, …)
Donde se dice en el artículo «del ( pasado) supuestamente conservador -Wild Wood(1993), Illumination (2002), As Is Now (2005)» Pues sí… se ha dicho mucho de que Weller ha entrado en el mundo de la electrónica con Sonik Kicks, que sin inventar nada sí es una novedad en él, incluso él mismo ha dicho que «es un disco diferente, con electrónica, y en el que me influenció el krout rock» parece que todos ellos olvidan que ya en los primeros 90 de la mano de las producciones junto a Brendan Lynch, ya había electrónica, efectos sónicos, y ambientes hipnóticos: A recordar, cualquiera de las 3 versiones o remixes de Kosmos, o el Sunflower Lynch Mob Dub Edit, la revisión de Wild Wood junto a Portishead, pero más aún, el primer disco en general ( Paul Weller, 1992) suda producción cuasi electrónica… algo que ya evitó en Wild Wood, en un giro de 180 grados. Por ello, con Sonik Kicks la novedad no es la electrónica en Paul Weller, sino otras cosas.