La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Lisabö
Pontevedra, Sala Karma 21 abril 2012
Aniversario de Desconcierto Cultural

A Lisabö los conocíamos por sus fotografías. Seriedad, mirada profunda, pupilas clavadas en el objetivo, tensión latiendo en el bolsillo. El sábado se transformaron en carne y hueso. La imagen se hizo persona y la tensión guardada halló la vía de salida. Se convirtió en músculo, sudor y alarido. Espasmos, descargas de furia y descontrol. Sí, era cierto. Todo podía ir un poco más allá. Y golpear, noquear, dejarte totalmente exhausto. Al final, tras felicitar y agradecer a los responsables de Desconcierto Cultural, impulsores del bolo, surgía la pregunta: ¿Y para el próximo aniversario de vuestra asociación a quién vais a traer? ¿Quién demonios puede superar esto? No hubo respuesta. De haberla, habría que mirar más allá de la Península. Sí, era cierto. Lisabö poseen posiblemente el mejor directo que en la actualidad se puede ver a nivel nacional.

Lo dejaron claro desde el minuto uno. Salieron a escena y se hizo el silencio. Todos miraban a Eneko Aranzasti, uno de los dos baterías de la banda. Este permanecía concentrado, como esperando a que la mística le trajese la energía para arrancar. Impaciencia en el público. “!Dalle, carallo, dalle!”, se escuchaba abajo. Guiño de Eneko. Adelante. Y explosión. Una masa de sonido incandescente se hizo con la sala Karma. Se trataba de Oroimenick Gabeko Filma, el tema que abre Animalia Lotsatuen Putzua, su último disco. El batería transformaba su semblante amable en el gesto mismo de la fuerza. Pómulos enrojecidos, mandíbula desencajada, dientes amenazantes. Ibán, su compañero a las baquetas, veía como volaba uno de sus platos a los pocos segundos. Carlos Osinaga, el cantante y guitarrista, se retorcía en gritos, sacando los versos del estómago y expulsándolos como veneno. Javi Manterola le secundaba con la voz y el nervio recorriéndole el cuerpo. Puro calambre. Los pies y los micros no se tenían en pie. La dupla de bajistas, espléndida, llevaba la descarga más allá. Aún más allá. Como un latigazo, como una sacudida de guitarras salidas a presión de la tubería de la rabia y transformada en electricidad.

Imposible enumerar todas las canciones. Aquello era demasiado potente como para sacar una libreta y tomar notas. Cayeron por ahí Gordintasunaren Otrdu Luzea, con un bajo poderoso haciendo algo así como el cruce imposible entre Massive Attack, Sonic Youth y Slint. También Ez Zaitut Somatu Isisten, con la voz de su letrista Marxtel sampleada antes de abrir la caja de los truenos. Y la impresionante Alderantzizko Magia, con toda la rigidez de su bajo y la pirotécnia de sus baterías. O un apoteósico Hazi Eskukada I, elevado al infinito con la sincronización de ambas. Fue la pieza que cerró un concierto que dejó al público sin habla. Casi nadie pidió el bis. Casi nadie era incapaz de corear el “otra, otra, otra”. Todo ello, tras una hora y media de una intensidad tal que cualquiera de los titulares que suelen coronar las entrevistas de la banda se quedan en nada. Absolutamente nada. Aun así, el grupo volvió a salir y extendió el placer veinte minutos más.

A nivel nacional habría que remontarse a los mejores Manta Ray, los de finales de los noventa, para encontrar con algo equiparable. Lisabö, sin embargo, se alejan de los ambientes y paisajes que los de Gijón invocaban en los escenarios entonces. También de la rítmica envolvente y los guiños de fan erudito. Los vascos son pura víscera que brota de las cajas y los bombos. Tiene mucho más que ver con lo que luego fue Estratexa. Eneko guía al grupo. Él es brazo, fuerza bruta, poderío. Ibán aporta muñeca, sutileza, complemento. Más allá de lo exótico, en la doble batería se asienta el edificio de Lisabö. Si ello va, el resto funciona. Y va, vaya si va. Tanto da que, embargados por la emoción, los guitarristas se desentiendan de su instrumento. O que sus gargantas no encuentren el micrófono y tengan que cantar a pelo. Al contrario, la vena palpitante y el rostro alterado le otorga más sentimiento y un plus, el de la música convertida en algo físico.

Lo del sábado figura, desde ya, dentro de los momentos míticos de la música independiente en Galicia. Lisabö, con sus climax y anticlimax, con sus momentos de ruidismo desbocado y sus pasajes de calma tensa, demostraron que habitan otro nivel. Quien tenga la oportunidad de atraparlos en uno de los escasísimos conciertos que ofrecen fuera del País Vasco, que no lo dude. Esto hay que vivirlo.

La banda interpretando «Gordintasunaren Otrdu Luzea»

NOTA: Aquí se puede ver el concierto íntegro. La calidad no es muy buena, pero seguro que será interesante para los que estuvieron en la sala Karma.