La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Vuelve el Jefe. Y vuelve apuntando con su dedo a todas las injusticias sociales. Wrecking Ball, su nuevo disco, contiene guitarrazos y versos para una buena parte de las penurias de este momento. Los gobiernos que dejan de lado a sus ciudadanos, las personas que guardan la moral en el mismo bolsillo que el dinero, las ciudades sepultadas en nombre del supuesto progreso y los ejércitos de magnates que las arrasan cuando los cimientos de estas tambalean.

Para todos hay canciones. A todos se dirige el músculo justiciero de Bruce Springsteen. Y muchas de ellas terminarán siendo parte de la liturgia de sus fans, cuando toque interpretarlas en directo. Luego, los precios de sus entradas (74 euros en Santiago, en el 2010), servirán para disuadir de sus conciertos a muchos de esos currantes que giran en los círculos de la nada. A ellos se dirige ahora en Jack Of All Trades. «Cortaré tu césped, limpiaré de hojas el desagüe / arreglaré tu tejado para evitar la lluvia / Tomaré el trabajo que Dios provea / Soy aprendiz de todo, cariño, estaremos bien», dice en ella.

Eso forma parte de las contradicciones de Springsteen. Solo él es capaz de levantar más de un millón de euros en una sola jornada de trabajo cantándoles a los oprimidos, poner la piel de gallina a 40.000 personas y, durante dos o tres horas, pasear sobre lo divino y lo humano con un discurso que se recibe como si se tratase de la verdad absoluta. Wrecking Ball contiene munición fresca para esa guerra.

Heredero, en cierto modo, del espíritu de We Shall Overcome, The Peter Seeger Sessions (2006), su nuevo trabajo se puede considerar, en esencia, un álbum de folk. Sí, hay rock de bíceps contraídos y épica ardiente marca de la casa (la patriótica We Take Care Of Our Town), alguna sorprendente pincelada tex-mex (el acertado final de la mentada Jack Of All Trades) e incluso un coqueteo con el terciopelo del R&B negro actual (Rocky Ground, que ha despertado recelos). Pero si se trata de encontrar un nexo, hay que buscarlo en ese jubiloso modo de evaporar las penas dentro de una canción, el que Springsteen heredó de sus ancestros.

Easy Money es la primera muestra clara. Melodía en vaivén, violines brillantes, palmas ceremoniosas y coros de góspel al servicio de una pieza que apunta a los desalmados que surgen en la crisis económica. «Nos vamos a la ciudad ahora, en busca del dinero fácil», canta el Boss. Más poético se muestra en Shackled and Drawn en una línea instrumental similar («La libertad, hijo, es una sucia camiseta») y alcanza el paroxismo en la vibrante Death To My Hometown. Reclama tratamiento de himno y mira a Wall Street con la metáfora de la guerra: «Destruyeron las fábricas de nuestras familias / Y se llevaron nuestras casas / Abandonaron nuestros cuerpos en las llanuras / los buitres picotearon nuestros huesos». Magnífica.

Cabe hacer una mención especial a la titular Wrecking Ball, con traje rock pero un alma próxima a las anteriores. Ahí descansan las mejores líneas («Cuando los momentos difíciles lleguen / trae tu bola de demolición») y acaba en unos coros que trasladan a un estadio. También se debe subrayar Land Of Hope and Dreams, en la que aparece el saxo del fallecido Clarence Clemons. Apela a esa «tierra de sueños y esperanzas» en la que hallar la tranquilidad La que hoy, más que nunca, ansía tiritante medio mundo.