La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Existe un público al que no le importa nada las influencias que existen en la música que escucha. Le da exactamente igual si el grupo que le entusiasma copia o deja de copiar a este o aquel. No le presta la más mínima atención al hecho de que la canción que le ha embelesado aporte algo a la historia de la música o sea un fenómeno de temporada a evaporarse en un par de meses. Por supuesto, su identidad como persona la proyecta en decenas de cosas antes que un disco, desde el coche que usa a la ropa que compra, pasando por el tipo de programa de televisión que ve. Ni de lejos se plantea dedicarle un solo segundo a leer lo que un crítico musical tenga que decir al respecto de esa melodía que canturrea de continuo. Ese público concibe la música como algo instrumental en su vida, como un caramelo que les endulza el paladar, un masajeador intangible que les genera placer auricular y nada más. Si le gusta algo pues le gusta y si no, pues no. Sin más historias, sin más lecturas.

No se da aquí esa sensación de militancia de los que van más allá, de quienes plantean su personalidad en base a lo que escuchan o repelen y van estableciendo barreras, caminos y cánones de lo válido e inválido. Todo hasta llegar a perfilar, en algún momento de su vida, lo que se denomina criterio, lo que delimita al gusto supuestamente ilustrado del popular. Ello hace generalmente al entendido impermeable a los fenómenos masivos. Es entonces cuando llega una de esas canciones virales que entusiasman a casi todo el mundo como el Ay si eu te pego de Michel Teló, el tema que está arrasando en estos momentos. El entendido la rechaza de plano o, bien, la aprecia desde la ironía, metiendo humor de por medio. Ya se sabe, hay que marcar una distancia: «Está bien para echarse unas risas», se precisa siempre. Jamás la podrá disfrutar o rechazar con la franqueza de esa masa de la que se pretende diferenciar, como la gente que, lejos de ataduras, criterios y demás historias, se acerca a la música con ojos de niño.

Solo cuando el entendido ha dado la vuelta completa, desprendiéndose ya cansado del equipaje de prejuicios y normas que ha acumulado por el camino, podrá aproximarse a ella de ese modo. Entonces es cuando podrá decir me gusta / no me gusta con la misma pureza que lo hace con el resto de las cosas que le pasan en la vida.