La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Uno de los motivos del repentino éxito del vinilo radica en la sensación de autenticidad que proporciona. Tendencias y modas pasajeras aparte, muchos de los que compran elepés en el viejo formato lo hacen con un fin principal: poder escuchar las grandes obras maestras de la historia del rock del modo en el que originalmente fueron concebidas. Cuando un chaval de 20 años hoy en día desea escuchar el Revolver de The Beatles sabe, a poco que reflexione, que ese álbum se grabó en sonido analógico, que la distribución de los temas tuvo en cuenta que existía una cara a y una cara b, que la portada se hizo pensando en esas dimensiones y que, incluso, la duración de la obra respondía a la capacidad del elepé. Valorado todo eso, resulta bastante comprensible que el oyente que busque lo genuino opte por un vinilo.

Dicho esto, ¿hasta qué punto resulta lógico acercarse un álbum como Ok Computer de Radiohead en su versión de vinilo? Realmente, se trata del camino descrito antes, pero a la inversa. Es decir, un trabajo grabado en digital, pensado para ser escuchado en un reproductor de cedés de un tirón y con la cubierta diseñada para un libreto de compact-disc. ¿Tener la experiencia con giradiscos, aguja y vinilo no es “desnaturalizar” su concepción original? Lo cierto es que, desde este punto de vista, semeja como si le quisiese dar un falso pasado a un disco que es reflejo de un momento: unos años en el que lo analógico se había desterrado y el cedé se había erigido en el formato estrella.

Eso nos lleva a una situación como la actual. Los álbumes se graban con mentalidad “digital” y, luego, los fans en muchas ocasiones los digieren readaptados en “analógico”, dándose una paradójica vuelta de tuerca. Pero, a veces, el rizo se riza todavía más. Pongamos, por ejemplo, uno de los últimos discos emblemáticos del rock: The Suburbs de Arcade Fire. Se trata de una obra conceptual que gira alrededor de las sensaciones de unos jóvenes que nacieron en los suburbios de una gran ciudad. El trabajo responde a una secuencia, las canciones están conectadas entre sí y forman parte de un todo inseparable. El cedé (o el mp3, en su caso) permite la escucha entera, sin más pausas que los espacios existente entre corte y corte. El vinilo, sin embargo, es doble y obliga a hacer hasta cuatro cambios de cara. Es como si una película la tuviésemos que ver en cuatro partes en vez de hacerlo todo seguido.

Quienes lo compraron así, sin embargo, lo hicieron en aras de adquirir algo “con más valor que un cedé”, apuntando a ese condición intangible de fetiche auténtico. Pero, en muchos casos, todo se quedó en una primera escucha emocionada, un posterior archivo en la estantería y a descansar. Ante la perspectiva de degustar dos temas, parar, cambiar la cara del disco, volver a escuchar otros dos y así hasta cuatro veces da una pereza taaaaaan grande… que, al final, rara vez sale el artefacto de la funda.