La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Bettye Lavette
A Coruña, Teatro Colón
8-11-2011

Posiblemente, hace apenas un lustro una artista como Bettye Lavette no tocaría en una ciudad como A Coruña. Y, de hacerlo, difícilmente alcanzaría un lleno como el que el martes registró en el Teatro Rosalía de Castro. Sin embargo, esta etapa de esplendor que vive el soul en la actualidad hace que una figura como la suya atraiga mucha más luz. Y que el público acuda en fila a ponerse a sus pies al mínimo destello.

No tardó mucho en satisfacer la expectación creada. La artista, acompañada de un trío enorme, se metió a la audiencia en el bolsillo con su primer tema, The Word. La composición en la que The Beatles anunciaban la llegada de la psicodelia mutó aquí en una magnífica pieza de música negra en la que se deslizaba, serpenteante, la artista. Aunque se echase de menos esa sección de vientos que la empuja en el disco, la interpretación de Lavette no dejaba lugar a dudas: su voz de acabado mate y de hondo registro iba a ser la verdadera estrella de la noche.

Y lo fue. Con la banda (excelente, insistimos) en un discreto segundo plano, todo el protagonismo recayó en sus privilegiadas cuerdas vocales. Tras una nueva genuflexión ante el testamento The Beatles, con una lectura del inmortal Isn´t It A Pity de George Harrison, el nivel subió definitivamente cuando atacó el Joy de Lucinda Williams. Vibrante y enredadora, en ella la cantante hizo honor a la promoción que advertía que cantaba con todo el cuerpo. Sus contorneos contagiaron a la audiencia. A algunos, como el entusiasmado conselleiro de Cultura, Roberto Varela, la butaca incluso se les quedaba pequeña.

A partir de ahí se abrió todo su abanico estilístico, comentando su carrera entre canción y canción, echándose flores a sí misma por su modo de reinterpretar clásicos y dejándose querer como una auténtica diva. Encantó con su lado baladístico, enganchó en su vertiente roquera y, como era de esperar, terminó por coronarse cuando apeló al Love Regn O’er Me de los The Who de Quadrophenia, convertido aquí en una sentida pieza nocturna.

Al final, la artista retornó al escenario ¡con bata y zapatillas! Era el bis. Se supone que se trataba de un gesto supuestamente espontáneo, aunque más bien pareciese un punto entrañable calculado al milímetro. No importó, el público en pie la despidió totalmente entusiasmado y dejando la mejor impresión posible: la de que nadie se arrepentía de haber pagado el precio de la entrada.

Foto: Gustavo Rivas