La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Cristina Rosenvinge
Sala Le Club, A Coruña, 25-3-2011

Junto a lo del músico-que-va-como-dj, el gran bluff de la década pasada fue la moda de los conciertos acústicos y/o mínimos. De pronto, amparados en las supuestas excelencias de las desnudez, los escenarios españoles se llenaron de artistas que se mostraban a su público sin banda. Con una sola guitarra y su repertorio, se vendía como concierto excepcional lo que en realidad era, en la mayoría de los casos, una actuación capada que difícilmente aguantaba el formato más allá de 3 o 4 canciones. Y todo por una única razón: al igual que lo del músico-dj, resultaba más económico traer a una sola persona o dos a tocar, que hacerlo con un una banda al completo, con su técnico y toda la parafernalia. El resultado deparaba alguna sorpresa agradable (por ejemplo, la trabajadísima vuelta de tuerca a la que Jeff Tweddy somete a sus temas en clave acústica), pero en general conducían hacía la frustración del público, que se “imaginaba” la carne instrumental que, en condiciones normales, cubriría esos esqueletos sonoros.

Algo de eso ocurrió e la visita de Cristina Rosenvinge a Le Club, el pasado viernes. Al contrario de su actuación del 2006 (en formato trío, mínimo pero suficiente), esta vez lo hizo acompañada solo de Charlie Bautista. Ella se alternaba guitarra y piano. Él la completaba con otra guitarra y coros. Y tal desnudez en sus canciones puso en evidencia la primera parte del concierto que, si bien arrancó prometedor con Jorge y yo, empezó a mostrar demasiadas carencias en Nuestra casa y Negro Cinturón. Como si no respirasen dentro de ese modelo, se mostraron rutinarias y algo torpes, pendientes de esa trabajada vuelta de tuerca a la que se hacía mención antes. Poco a poco, iba quedando claro que la magia que acompañó a Cristina en aquel pase del Mardi Gras no se iba a conjurar en esta ocasión, al menos no en la misma medida.

Sí, porque a medida que avanzó el concierto y se sucedieron sus canciones más redondas, la actuación fue recuperando brío. Hablamos de A Liar To Love, el único tema rescatado de su paréntesis en inglés, y que recordó la excelencia de aquella etapa en la que tanto remitía a Nico. También de Weekend, con sus versos post-relación cantados por la audiencia con una sonrisa de oreja a oreja. Y, cómo no, esa maravilla titulada La distancia adecuada, posiblemente la mejor canción de su carrera, tan, tan buena que aguantaría incluso una interpretación a capella.

Por eso, al final Rosenvinge terminó triunfando, pese a todo. Hasta el punto de ofrecer un bis, retirarse y tener que volver al escenario cuando ya sonaba música en la sala y se habían encendido las luces. Todo, porque el público no se quería ir, como cuando los bises recobran su razón de ser. Encantadora, se sentó al ladito del público y, como quien da un regalo, rescató un No lloro por ti que endulzó completamente una noche que, si bien fue un poco a trompicones, terminó por engatusar. Aunque no lo suficiente como para olvidar que la otra vez que estuvo aquí gustó más, tanto por instrumentación como por repertorio.