La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Anna Calvi es una de esas artistas que quieres que te guste desde el minuto uno. Atractiva y misteriosa, con una imagen que promete romanticismo, pasión y desgarro a partes iguales, seduce al instante. Asoma su rostro en un periódico gratuito londinense y, observándola en el asiento del metro, se puede sentir la excitación silenciosa junto a unas ganas locas de escucharla. En las palabras que acompañan a la imagen van cayendo nombres ilustres. Rob Ellis, uno de los habituales de Pj Harvey, la produce. Brian Eno la apadrina. Y Nick Cave se la llevó de telonera con Grinderman. De nuevo, miras la fotografía y paseas los ojos por sus labios rojísimos, su tez blanca de muñeca de porcelana y sus ojos verdeazulados con pestañas infinitas. Se presiente que, en efecto, aquí puede estar uno de los discos del año.

Lo es, no lo duden. Al menos hasta que PJ Harvey ponga el rock británico en el estadio de sobresaliente el próximo 14 de febrero y deje en nada a la competencia. Pero, bueno, esa es otra liga. Por ahora, Anna Calvi (Domino, 2011) suena lento, adictivo y perturbador, con ese sonido oscuro y poderoso que primero crea su espacio y, luego, crece y crece, minuto a minuto. Como un susurro rock que brota en la oscuridad, el álbum se inaugura con la instrumental Rider to the Sea, una secuencia de reveraciones, guitarras metálicas y guiños a Ennio Morricone diseñada para aclimatar al oyente. Sí, Calvi y su enamoradiza dicción lenta y esquiva propone música hecha a la sombra, canciones que reptan sinuosas en busca de un haz de luz y que, casi siempre, logran conmover.

Hablamos del satén de No More Words, el golpe seco de energía a lo Patti Smith de Desire o la ensoñación de First We Kiss, piezas que caminan en un lugar intermedio entre Pj Harvey, Chris Isaak y Marianne Faithfull. Es decir, pura delicia para los amantes de las guitarras que persiguen la belleza oculta entre los claroscuros del rock. Todo para finalmente prender la mecha de la épica y trenzar un tema con madera de himno, Blackout -desde ya uno de los temas de la temporada-, y cerrar el disco hinchando el pecho en Love Won´t Be Leaving, con el oyente abrazado a su fotografía y haciéndole sitio dentro de su particular santuario de la mitología rock.

Que nadie saque conclusiones precipitadas. Esto no es un debut estratosférico como Dry de Pj Harvey ni el Grace de Jeff Buckley. Anna, en varias ocasiones, aún se muestra demasiado deudora de sus influencias (en especial, respecto a PJ Harvey) y el acabado no alcanza tanto nivel de perfección estética y emocional como en los títulos citados. Pero de lo que no queda ninguna duda es que estamos ante un interesantísimo primer paso para una artista que promete ponernos la piel de gallina en más de una ocasión. Pulsen abajo y entenderán el porqué.