La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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El mundo pop gallego sufrió una sacudida el 5 de julio. Ese fue el día en el que el Xacobeo confirmó que Arcade Fire iba a actuar en Santiago. Hasta entonces se habían sucedido muchos rumores. Que si Vampire Weekend, que si Thom Yorke, que si Paul McCartney. Los canadienses Arcade Fire también figuraban en las quinielas. Pero algo presagiaba que existía más ilusión que otra cosa, que al final el debut gallego de los autores de Funeral no iba a ir mas allá de un deseo pendiente de volatilizarse frente a la realidad. Por ello, cuando en rueda de prensa se confirmó que iban a coronar el MTV Day la particular escala de Ritcher de los aficionados apuntó hacia el infinito.

Allí, en la comparecencia, pudo sonar como un nombre más, de esos que se pierden en las notas de agencias y que los políticos repiten mecánicamente sin especial emoción, suspirando quizá por unos Rolling Stones. Pero en cuando se difundió la noticia, los Facebook, Tuenti, Twitter y demás artilugios de comunicación moderna estallaron en una suerte de abrazo colectivo. Aún no sabíamos si la selección ganaría el mundial, pero sí que Arcade Fire iban a tocar en Galicia.

Sin remilgos: el próximo domingo actuará en Santiago la mejor banda de pop surgida en los últimos diez años. Porque Arcade Fire no solo posee tres discos soberbios, una excelencia en vivo y cientos de formaciones en todo el mundo siguiendo sus pasos. Además, los canadienses son ya todo un símbolo. Suponen ese asidero sólido y real al que se pueden agarrar muchos de los desencantados que buscan a los REM, los Smiths o los The Cure de esta era. La banda creada por Win Butler y Régine Chassagne juega en esa división, la de los históricos. En la barra libre musical de Internet, en la que los referentes claros escasean y donde se eleva a la categoría de mitos a bandas como Interpol, Kasabian o Bloc Party que en los ochenta serían claros segundones, ellos se erigieron en verdaderos héroes. Tal y como le ocurrió a Belle & Sebastian en los noventa, el boca a boca los convirtió en el grupo-bandera de la década sin nombre.

Todo empezó con Funeral, su disco de debut. Editado en el 2004 en Merge, uno de los sellos indie americanos de mayor prestigio, el septeto de Montreal lograba con él engatusar a toda una generación desbordando calidad, emoción e intensidad. Como si el minuto dos tuviera que ser obligatoriamente mejor que el uno, cada tema de ese álbum supone un particular y glorioso tour de force en pos de afectar al oyente hasta dejarlo totalmente k.o. La crítica se embarulló, buscándoles conexiones con el entonces pujante revival post-punk, pero lo suyo tenía mucho más que ver con una especie de mezcladillo entre la Tamla Motown, los Dexys Midnight Runners del Too Rye Ay, el David Bowie más teatral, el Bruce Springsteen épico y el toque oscuro-pero-a-la-vez-grandioso de bandas como The Cure, Echo & The Bunnymen y —sí, también— U2. Todo ello con una máxima: crear las mejores canciones posibles del arranque de siglo.

Lo lograron. No solo enamoraron a David Bowie, Bono o David Byrne, sino que Wake Up, Rebelion (Lies) o Neighborhood #1 fueron auténticos incendios de vida en el corazón de sus fans convertidos en uno solo en cada uno de sus directos. Ahí, entre versos como «La gente dice que tus sueños serán lo único que te salven / Ven, en sueños cariño, podemos vivir al límite» brotó todo el potencial de una formación que, de festival en festival, devolvió la fe en los poderes terapéuticos de la música pop. La euforia y la plenitud que generaban en el oyente carecían de rival entre sus contemporáneos.

Neon Bible, su segundo álbum de 2007, obligó a renovar la batería de piropos. Dando brillo al sonido mate del debut, el grupo giró el mando de la grandiosidad y los escalofríos se multiplicaron en los fans. Ante temas como Intervention o No Cars Go, grabados en diferentes iglesias de Montreal, no quedó más remedio que dejarse llevar por su oleaje sonoro y abandonarse completamente a esas mini sinfonías que obligaban a activar todas las alarmas. ¿Podría un equipo de música albergar tanta grandeza sin saltar todo por los aires? El tramo final de No Cars Go aún incita a formular la misma pregunta tres años después en medio de sus coros operísticos.

Las dudas se disiparon. No valían ya las pocas miradas escépticas que veían a los canadienses como un hype de temporada. Definitivamente, Funeral no había sido un accidente. Neon Bible confirmaba que, en efecto, Arcade Fire iba mucho más allá de una afortunada colección de buenas influencias, hits con levadura épica y una estética apocalíptico-rural con cierto toque amish. En el 2007 ya eran el grupo de la vida de miles de personas y sus directos los lugares de peregrinación obligados en la religión indie.

Contención 
Para The Suburbs, el disco que presentan el domingo editado hace apenas un mes, la banda optó por rebajar la pirotecnia y adoptar un tono más narrativo. Más springstianos que nunca y con alguna pincelada electrónica reminiscente de OMD, se trata de una mirada conceptual sobre los años de juventud en los suburbios de las grandes ciudades hecha desde la frustración del mundo moderno. Al contrario que las entregas anteriores, este álbum no se abalanza sobre el oyente sino que demanda inmersión, complicidad y varias escuchas para llegar a sus entrañas y comprobar ahí que, pese al cambio, Arcade Fire continua siendo si no la mejor, una de las mejores bandas de pop del planeta.