La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Facto Delafé y las Flores Azules nacieron como una flor singular dentro del jardín pop de la pasada década. Lo hicieron borrachos de una pasión muy particular, la que una pareja experimenta en los primeros meses relación. Sí, hablamos de esa fase en la que los psicólogos afirman que uno tiende a tapar los defectos del otro, en la que existe una necesidad imperiosa de que la pareja esté siempre junta, en la que el pensamiento de un amante siempre se dirige al otro y viceversa. Como los Beach Boys de Would It Be Nice o Los Planetas de De viaje, Helena Miquel (Las Flores Azules) y Oscar D’aniello (Delafé) jugaron a romper las fronteras racionales, estirando su amor al infinito y proyectándolo hacia la eternidad. Se querían tanto, tanto, que necesitaban decírselo a todo el mundo. Así convirtieron su vida en la materia prima de dos discos fantásticos y recorrieron toda España interpretando esas canciones en unos conciertos que parecían deletrear la palabra FE-LI-CI-DAD. En medio de serpentinas, sonrisas y estribillos de colores, todos sus fans fueron partícipes de esa locura de amor, en unos directos arrolladores que hacían pensar que -!sí, sí, siiiiiií!- otro pop accesible para todos los públicos era posible en la España de la Oreja de Morpheo.

delafe_y_las_flores_azules_medPero existía algo más en ellos que desarmaba completamente. En unos tiempos en los que el cinismo se eleva a la categoría de virtud y el universo pop se empeña en rizar el rizo de la ironía y los dobles mensajes, Facto Delafé y las Flores Azules optaban por una sinceridad casi impúdica, pero nada morbosa. Hablaban con total transparencia de mirarse en la cocina y terminar haciendo el amor, del cotidiano placer tomar una clara viendo el Tour de Francia o de convertir una cena doméstica en todo un acontecimiento porque, sí, se hacía en pareja. Y en la extraordinaria normalidad de las cosas que poblaban sus versos, sus fans se veían reflejados, sabiendo que su historia también tenía sitio dentro de una canción, que toda la colección particular de besos en el sofá, pies fríos bajo las sábanas y olores en el ascensor también podían convertirse viñetas de ese cómic pop que eran El monstruo de las ramblas (2004) y La luz de la mañana (2007).

Como decían The Smiths en Hand In Globe: “No, este no es como cualquier otro amor / Este es diferente porque es el nuestro”. Pero, sin embargo, llegó un momento en que todo hizo !crash! Una gira de más de cien conciertos fue demasiado para un grupo procedente del amateurismo indie. Marc Barrachina (Facto), el tercer miembro del grupo, abandonó la nave y Helena y Oscar terminaron resquebrajando su relación en mil pedazos. Agotados y desgastados, cantaban unas canciones ahora dolorosas, por lo que decían y cómo lo decían. Y es que no hay nada más triste que las sonrisas en fotografías que te dicen que un día existió la felicidad. Esas líneas que otrora las movían los latidos del corazón, ahora las había que interpretar en vez de sentir, reflotando casi diariamente los fantasmas de lo que un día fue amor. La magia, ese aura que los hacía especiales, se había evaporado completamente. Y el grupo hacía equilibrios en el borde mismo de la separación.

De todo ese clima surge Vs las trompetas de la muerte, el tercer trabajo el proyecto rebautizado ahora como Delafé y las Flores Azules, tras la marcha de Marc Barrachina. Un disco muchísimo más agridulce que los anteriores y que se sitúa en un punto intermedio entre la resaca, la asunción de culpas y el mirar hacia delante sacando optimismo de donde sea. Existe ahora una sensación de liberar tristeza inédita en la banda hasta la fecha. Queda patente desde el primer tema, Hoy, cantado por esa voz tersa y de dicción perfecta de Helena, la Diana Ross del pop nacional: “Hoy hablaremos de lo que escondimos, de temores, fantasías y demás / lloraremos para luego resurgir, tanto juntos o separados, estoy aquí”. Sonidos temblorosos, música que parece ver la luz tras un tiempo en la oscuridad, voces que surgen con la misma calma tensa que envuelve a un cuerpo tras el lloro. Sí, el grupo del confenti y la sonrisa perenne, tocó fondo. Y ahora asoma la cabeza.

Quizá por ello Vs las trompetas de la muerte resulte un disco inseguro, una especie de ensayo-error en pos de la recuperación de la felicidad y la plenitud de vida, que en su misión se tropieza con un rosario de reproches, ironías y sonrisas forzadas. Respaldados por unos Pinker Tones, que le otorgan un sonido más orgánico y menos electrónico que antaño, unas veces prueban a inyectar alegría hasta desbordarla en Reír por no llorar. Saturada de vientos a lo The Go-Team, enumera una lista de cosas supuestamente maravillosas (“pescar un gran pez, hacer un batido, subir la persiana y encontrarme contigo”) en un abrazo a la desesperada al optimismo en el que Óscar termina confesado “Hoy sonrío por no llorar”. Si se baja el ritmo al medio tiempo de corte funk de Como loco, la cosa termina ya en lo descarnado. Primero, con él diciendo “Hace tiempo que no siento lo que escribo, lo que pienso / tanto tiempo que no sueño, eres tú mi contratiempo”. Luego, con los dos al unísono cantando “Las palabras dolorosas casi nunca son hermosas /eres malo, engreído, te mereces un castigo / has dejado en mi cuerpo el dolor de tu veneno / ahora quiero más que muerto /producirte mal recuerdo”. Y, en efecto, si todo esto te coge caminando por la calle, cuando llegas al destino -el trabajo, el hogar, el café- la tristeza anida dentro de tal modo que necesitas varios minutos para quitarla del cuerpo.

Pero, bueno, que el disco en su búsqueda también encuentra la luz, creando una sensación de montaña rusa. Canciones como Mejor, La Primavera ha llegado a la ciudad y Espíritu santo hablan de no parar de bailar, dejarse querer por el sol y darse «abrazos de gol”. Las dos últimas, además, tienen papeletas para convertirse en verdaderos puntos fuertes de sus directos. En otras, tiran hacia lo frívolo y el humor, como 1984 o la reconstrucción costumbrista de la canción del verano de una infancia perdida entre marcas de bikinis, Nivea y ligones de playa. En La compra, por su parte, se traza un dibujo tecno-pop digno de una mezcla entre Mecano y OMD sobre algo tan peregrino como ir al supermercado.

No deja de ser todo un espejismo. La vagoneta emocional vuelve a bajar empicada. De nuevo a doble voz. En Éramos la dupla canta cosas como “Éramos dos piezas de lego que siempre encajaban / poderosos dioses que nunca lloraban /éramos la puerta que siempre esté abierta /ahora somos fotos en una carpeta”. Además, incluyen una de las definiciones más bonitas que de una pareja se hayan dado en el pop español. Sí, esa que dice “Eramos algo parecido a la libertad”. Y atención, porque la gran joya del disco se esconde justo al final en Funcionarios ausentes. Con Phil Spector en el horizonte, se trata de un crescendo de pop crepuscular en el que Helena canta para evaporar su ansiedad (“Dame un calmante venga dame, dame vacaciones por un instante / Dime que las cosas serán diferentes / que los cines abrirán siempre”) y crea uno de los grandes momentos del pop nacional del 2010.

Y al final del disco uno termina encogido, no se sabe muy bien si medio feliz o medio triste. Como si la madurez se tratase de eso, de haber jugado a ser eternos para darse cuenta que no, que ese amor que parecía diferente, al final se vino abajo igual que el de tantos otros. Así que, desorientados y confundidos pero con unas ganas inmensas de vivir, queda aprender la siguiente lección: afrontar, pese a todo, el futuro con una sonrisa, porque esos labios arqueados que simbolizan toda una actitud. Este disco en sus dobleces y su constante sube-baja retrata perfectamente ese momento, dejando a los fans un par de canciones de las que se escuchan en bucle con la opción repeat en el Ipod (Hoy y Funcionarios ausentes), otras capaces de alegrar la peor de las mañanas (La primavera ha llegado a la ciudad, Espíritu santo) y alguna agradable salida de tono (1984, La compra). Ahora solo queda poder completar el placer volviéndolos a tener sobre un escenario.