La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Partiendo de la base de que organizar conciertos en pequeñas salas no es rentable (un concierto con ganancias pronto se compensa con tres de pérdidas), solo existe un modo de tirar para adelante: con amor por la música, toneladas de ilusión y mucha cabezonería. Cuando alguno de los tres elementos anteriores desaparecen -bien porque el público falla, bien porque termina quemando el ambiente especial del rock, bien porque simplemente se busca otro tipo de vida- los listados de artistas se desvanecen y los locales dejan de programar.

rock-clubSin embargo, existen otro tipo de causas. Las que llegan por las presiones de los ayuntamientos que, en muchos casos, siguen sin ver a la música pop más allá de un cúmulo de artistas con cachés sobreinflados en las fiestas patronales. Esas presiones, motivadas por las quejas vecinales por los ruidos, parece que son las razones que han llevado a la histórica sala Rock Club de Ourense a dejar de organizar directos. Al menos, así lo dejan caer en la nota de prensa que hicieron llegar a los medios ayer por la noche: “Después de soportar estoicamente durante más de doce años un trato discriminatorio exigiéndosenos medidas y acciones que nadie cumple, hemos decidido que no merece la pena tanto sacrificio y tanto esfuerzo”.

Ourense pierde de este modo su sala de conciertos más emblemática. Especializada en garage, power-pop y punk-rock, el Rock Club acogió directos de bandas como The Cynics, The Fleshtones o The Dictators, es decir la plana mayor internacional de los sonidos que defienden. Eso ha tenido una influencia capital en la vida cultural de una pequeña ciudad como Ourense, que ahora se quedará huérfana en ese sentido. Menos mal que en la otra orilla, la indie, sigue con brío el Café Pop Torgal (quienes, por cierto, tendrán la próxima semana el directo del muy recomendable Brian Hunt).

Cabe hacer una reflexión, válida tanto para Ourense en particular como para todas las localidades en general. ¿Qué hacen más por la música local, las salas de conciertos o los fastos que los Ayuntamientos programan (generalmente en las fiestas y poco más)? Y es que lo que una panda de chavales necesita no es, por muchos 600, 1.000 o 2.000 euros que les paguen, subir en la plaza mayor a un escenario que les desborda para tocar delante de mil o dos mil personas que “pasaban por allí”. No, lo que necesitan los chicos es una tarima en el que poder crecer antes de dar el salto, si es que este llega. Lo que necesitan es ver a los grupos nacionales e internacional tocando a un palmo de distancia para empaparse de su actitud y presencia. Lo que necesitan, en definitiva, es que existan salas como el Rock Club y tantas otras en las que el rock se expande como un virus.

Por todo ello, y teniendo en cuenta que el derecho al descanso de los vecinos es sagrado, quizá había que pensar que una parte de ese dinero que se gasta (y no tiene previsto dejar de gastarse) en conciertos durante una o varias semanas de fiestas quizá estaría mejor invertido en ayudas a los locales de conciertos para insonorización y adecuación a las normativas que incumplen. Para evitar pícaros, debería acreditarse el haber dado conciertos durante varios años y contar con una programación estable. Se trata, se quiera aceptar o no, de la cultura de la ciudad, porque luego está muy bien pagarle varios miles de euros a Deluxe, Triángulo de Amor Bizarro, Siniestro Total, Silvia Superstar o Los Suaves por tocar en las fiestas y sacar pecho patriótico. Pero para que existan los continuadores de esos nombres es necesario que se den las condiciones adecuadas. Y cerrar los garitos a cal y canto no es, desde luego, la solución.

Nota: el Rock Club se despedirá, como no podía ser de otro modo, con un último concierto