La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Bruce Springsteen
Santiago, Auditorio del Monte do Gozo, 2-8-2009

Las imágenes que se pudieron ver hace unas semanas en TV2 del concierto de Bruce Springsteen en Glastonbury activaron la señal de alerta. Parecían dar la razón a aquellos que sostienen que el Boss enfila su cuesta abajo. La voz flojeaba por momentos, el cansancio se mostraba sin disfraz y las canciones, en ocasiones, se levantaban más con carisma que con esa energía que, de siempre, caracterizó los directos de Springsteen. Mientras la televisión escupía aquel The River a medio gas se podía pensar que la normalidad había llegado al mundo del Boss con varios años de retraso. Y es que no se pueden acariciar los 60, con la vena hinchada y la ética de dar siempre los conciertos como si fuera el último y que todo salga como cuando se tenían treinta. La época de atleta roquero desafiando la lógica de la edad parecía haber tocado fin.

Pues no. Quién sabe si una gripe pasajera puso aquel día en siete el baremo de un nivel que, normalmente, es diez, pero aquello definitivamente fue un día aislado. En su comparecencia en Santiago, cuando, tras un arranque entre las melodías más pop de Badlands, Out In The Street y Hungry Heart, apeló al rock apabullante y metálico de la dupla formada por Adam Raised To Cain y Murder Incorporated evaporó en un instante todas las dudas que pudieran flotar en el ambiente: el músculo Springsteen expandía su poder ante un Monte Do Gozo totalmente entregado a su discurso.

En ese momento no importaban las penurias sufridas en los accesos gracias a una (des)organización que no merece más calificativo que el de lamentable (vean al respecto, los comentarios recogidos en La Voz). No, el Boss y sus colegas de la E Street Band estaban ahí, con toda su iconografía en funcionamiento, multiplicada hasta el infinito por unas
pantallas de vídeo que mezclaban la sensación de un directo con la de estar viendo un dvd. Pero lo mejor es que el sonido, impecable en todo momento, transmitía a una banda apoteósica y en plenitud de facultades repasando un repertorio irreprochable.

bruce-santiago1Sobresalió, de un modo especial, el lado épico. El primer aviso lo dio Outlaw Pete, la polémica pieza de su último trabajo a la que se acusó de parecerse demasiado a un tema de Kiss. Engalanada de los paisajes desérticos propuestos por el gran telón de video dispuesto a las espaldas de la banda, se hizo enorme en directo. El segundo gran disparo lo dio la mentada Murder Incorporated, desafiante, tensa, probablemente el mejor momento de una noche rebosante en grandes momentos. Y, ya en la recta final, The Rising, que se revalidó como un himno incontestable.

Ahí, Springsteen instaba a la respiración contenida, al puño cerrado y al «la, la, la, la, la, la, la» coral, emocionante y a voz en grito. Pero hubo más, mucho más. La Invocación al rock n´roll de Johnny 99, al espíritu plácido de Waiting for a Sunny Day y al folk de American Land. También, un puñado de versiones solicitadas por su camarilla de fans de las primeras filas (que a su manera, se podría decir que formaron parte del propio espectáculo) como Born To Be Wild de Steppenwolf o el Rockin’ All Over The World de John Fogerty.

Pero, especialmente, sonaron esas canciones que ya forman parte de la cultura popular occidental del último cuarto de siglo. Sí, Born To Run, que cerró la primera tanda del concierto; Glory Days, que surgió inesperada; y Dancing in The Dark que puso el Monte do Gozo patas arriba. De cualquier modo, la gran sorpresa llegó tras un populista medley entre Twist and Shout y La Bamba. Ahí, cuando todo indicaba que la cosa se terminaba, surgió como un fantasma Born in the USA, su canción más emblemática. Nadie contaba con ella: no se había tocado ni una sola vez en toda la gira.

Quizá por ello, veteranos de la causa opinaban que Bruce dio el domingo uno de sus mejores conciertos en España en años. Tres horas y pico que, sea como sea, tienen ya plaza obligada entre los grandes conciertos celebrados en Galicia. Lo triste es que para muchos ese recuerdo será sustituido por otro: el de la frustración de haber pagado una entrada de más de 70 euros y no poder acceder al recinto. Una imagen totalmente impresentable que, además de la lógica reparación a los perjudicados, no deberia repetirse nunca más.

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Fotografía: Álvaro Ballesteros