La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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(Una nota al margen: quienes vivan en A Coruña o tengan pensado acercarse durante este verano, que no dejen de ir a esta singular exposición)

A veces el mecanismo promocional de la música no deja de sorprender. Los dueños de las discográficas y managers buscan a los periodistas para que sus escritos sirvan de promoción a los grupos. Los hay de todo tipo. En primer lugar está el que manda un e-mail genérico en plan “estamos abiertos a entrevista con el grupo” en el que deja caer el interés. Luego, existe quien, tras el e-mail genérico acompañado de disco, mandan un segundo mail supuestamente personalizado (digamos que es una plantilla base a la que solo se le cambia el nombre del destinatario) diciendo “Hola fulano, te escribo para saber si te llegó el disco”. Es el modo indirecto de decir “quiero salir en el medio en el que escribes”.

En ocasiones la cosa va más allá y ya te plantean directamente el que se haga la entrevista. Aquí hay un poco de todo, desde el que simplemente pregunta si hay interés, al que ya la da por hecho y se plantea únicamente el cuándo y dónde, pasando por el que “exige” que el interviú sea en la sección de cultura o (y esto es totalmente real) te dice que “con una página en el Fugas nos conformaríamos”. Todo esto por e-mail, por teléfono e incluso en visita personal al trabajo. En fin, que a veces, tras todas estas tácticas a veces se logra lo deseado: una parcela de centímetros cuadrados en una publicación impresa. Misión cumplida.

El problema llega luego, cuando ocasionalmente la desgana rockera entra en acción. Supongamos que el que hace la entrevista no se dedica exclusivamente a hablar de música, sino que eso es un porcentaje mínimo de su trabajo diario consistente en un variado menú de incendios, juicios, conflictos vecinales, accidentes y problemas del día a día mucho más importantes para los lectores que el nuevo disco de un grupo indie de Mondoñedo. Este escriba busca un hueco para poderla llevar a cabo, que le supone un esfuerzo extra, a veces retrasando su comida o llegando aún más tarde a casa. El mánager dice que casi mejor que las preguntas vayan por e-mail ya que el interesado no está disponible a las horas propuestas. Y, bueno, se hace.

La sorpresa se produce, en ocasiones, cuando las preguntas llegan de vuelta. Son un pequeño porcentaje de casos, que conste, pero a veces la retahíla de estupideces, exhibiciones cutres de indolencia y pose de estrella en ciernes es de las de parar un tren. Como si les entrase el síndrome Bob Dylan (desgraciadamente no el talento), las respuestas con monosílabos se suceden. Junto a ellas las respuestas que no contestan a la pregunta y pretenden ser graciosas (sin llegar a serlo) y también las que desean cachondearse del interrogante en si mismo en plan “estupenda pregunta, pasemos a lo siguiente” como si de un Julián Muñoz acosado por la prensa rosa se tratara. Y, cómo no, en el caso de que exista alguna cuestión punzante, la inevitable respuesta-puya a los críticos como gremio maligno.

Cuando se llega a ese punto varias veces y del mismo modo, ya empieza a no sorprender y a tomarse como parte del folklore roquero. Pero hay dos cosas que siempre revolotean en forma de interrogante cuando esto sucede. Primero: ¿para qué da el artista una entrevista si lo que pretenden transmitir en ella es que no la quieren dar y que desprecia a la crítica musical? Segundo: ¿pasaría lo mismo de ser la entrevista cara a cara? Porque, vaya, este tipo de fenómenos roqueros siempre pasan del mismo modo: en entrevistas por e-mail, jamás en un bis a bis.