La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Wilco
Palacio de Congresos y Exposiciones,
Santiago de Compostela, 1 de junio 2009

Nueve de cada diez críticos de rock no dudarían en situar a Wilco entre los grandes grupos de rock de la década. Es más, no resulta descabellado sospechar que, para muchos, la banda de Jeff Tweddy es la legítima poseedora del lugar más alto del hipotético podio, a pocos meses del fin del ciclo. Tan solo su sexto álbum, Sky Blue Sky, despertó alguna interferencia en el armónico idilio entre las plumas de la crítica y la banda. Ello adquirió cierta intensidad entre la prensa más moderna, que no encajó de buen grado ver como Tweddy prescindía del barniz experimental que enrarecía su obra en los ya clásicos Yankee Hotel Foxtrot y A Ghost Is Born. Pero, bueno, ante ello quedaba siempre su directo rotundo, incontestable, lleno de algunas de las mejores canciones de la década. O eso decían.

Dejamos la objetividad para otro día. Hoy pasemos a lo subjetivo. En esta ocasión más que nunca, porque el punto de partida quizá lo explique todo: Wilco no me llegan adentro. No me llegaron en sus discos. Ahora sé que tampoco en su directo. Pertenezco a ese pequeño porcentaje de aficionados a los que las bondades de Wilco pasan a su lado sin llegar a producir ningún tipo de emoción aguda: ni entusiasmo, ni rechazo. Simplemente están bien. Y ese están bien, en una sala con 150 personas, supondría un aplauso positivo, posiblemente, pero en medio de un fervor como el que se vivió ayer en el Palacio de Exposiciones y Congresos de Santiago de Compostela casi se convierte, en comparación, en una suerte de pulgar hacia abajo.

jeff-tweddy Las canciones se hicieron paso entre una auténtica fiesta de suspiros, gritos y puños en alto. Pero, en mi cabeza, no dejaban de formar una suerte de rompecabezas: esto está robado de Big Star, esto suena a Van Morrison, esto es un ritmo de Neu!, esta melodía es de la Credence Clearwater Revival, esta guitarra es de Television… No pretendo con ello atacar a la banda ni restarle originalidad al mejunje de influencias del grupo, no. Solo pretendo dejar constancia que uno ha sido incapaz de entrar dentro de ese discurso, que nada o casi nada en él conquistó mi fibra sensible, y que, en su mayor parte, se quedó en un análisis frío y distante, con placenteros momentos sí, pero también con otros en los que mi cabeza no dejaba de hacerse la pregunta: ¿De verdad que esto es lo mejor que nos puede ofrecer el rock en el año 2009?

Dejando a un lado la falta de respeto de la organización (abren las puertas a pocos minutos del inicio del concierto y cuando el grupo empieza a tocar aún falta 1/3 de la gente por ocupar su sitio) y las deficiencias de un sonido que, por momentos, cantaba a pabellón, poco o nada se le puede reprochar a los seis músicos que pisaron en escenario. Se trata de seis tipos excepcionales que durante dos horas sonaron como un bloque compacto sin una fisura, con un batería soberbio que comandó la nave con nervio y precisión. Pese a los temores que podrían circundar, desecharon la idea de presentación de álbum (Wilco, pese a su difusión por Internet, aún no ha salido a la venta) y picotearon en su repertorio haciendo un especial hincapié en las dos obras clásicas, los mencionados Yankee Hotel Foxtrot y A Ghost Is Born. Por la respuesta del público, no cabe más que apuntar que acertaron de lleno.

En mi caso, y volvemos a lo subjetivo por necesidad, me ocurrió lo mismo que en los discos. Por un lado, me agradaron en su vena pop con War on War. Por otro, lograron arañarme en su vertiente más rarita. Me refiero a los diez minutos de un krautrockiano Spiders que cuesta creer que guste al público más tradicional del grupo y, sobre todo, a Misunderstood, verdadero punto álgido del show, que, bueno, lo sería más de no ser por el alargamiento final de un Tweddy recreándose innecesariamente en el “nothing, nothing, nothing, nothing at all” hasta llegar a hartar. Sonó al principio del primer bis e hizo que todo el público se pusiera en pie, que una buena parte de él abandonase sus asientos e invadiera los pasillos y que, durante la más de media hora que restaba, aquello terminase siendo una sala de conciertos con tipos dando saltos, haciendo deficientes karaokes y aspavientos a cada melodía reconocible.

Al final del bolo, los guitarristas del grupo se pusieron a ambos lados del escenario y empezaron un duelo de punteos con una actitud que, ejem, bien podría recordar a Whitesnake o una banda de metal clásico. En las primeras filas los fans sacaron los cuernos. El paroxismo era casi total. Y a mí me empezó a preocupar el atasco de vuelta a Coruña. Definitivamente, salvo esos pequeños picos de emoción, el sudor del directo no ha logrado que Wilco me trasmitan mucho más que en sus discos: esos que llegaron a mí desde sus primeros tiempos con todo tipo de cartas de recomendación, que se dejan escuchar, pero a los que siempre les eché en falta un algo que casi nunca encontré. No sé, un grito certero, un poco de filo de cuchillo, una melodía que me desarme sin poderla ubicar en el cancionero clásico, algo que no me suene a rock de cuarenta y tantos años con americana… No sé, algo que me toque la fibra de verdad.

Lo siento Jeff, sigo sin dar con la conexión.

Foto: Álvaro Ballesteros