La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Existen discos, que al escucharlos, se siente eso de que son “más grandes que la vida misma” como dicen los americanos. Y algunos, paradójicamente, lo son por retratar esa vida tal y como es, sin edulcorantes de ningún tipo. Dog Man Star, el estratosférico segundo elepé de Suede, pertenece a esa clase. La de los álbumes que cogen a una persona de veintipocos años, con el estado alterado, la sensación de que le queda mucho por vivir y las endorfinas en plena revolución,… y se convierten en su banda sonora oficial. Un disco de claroscuros, pero con muchos más oscuros que claros. Un disco sobre vivir ensimismado, intensamente y al límite, para luego rebozarse en la resaca que deja todo ello. Un disco acerca de sentir (y sufrir) el romanticismo a flor de piel, a golpe de tragedia y estallidos de una gloria que se antoja efímera.

Este álbum, que contiene magia para dar y tomar (joyas como The Wild Ones o The Asphalt World piden aún hoy una reverencia en cuanto suena), finalizaba con una pieza soberbia, Still Life. Es el broche de oro para una obra que trasmite el mismo sentimiento de derrota y desolación que una batalla. En este caso, la batalla del glamour de medianoche contra los cuchillos del amanecer con un resultado claro:un paisaje sentimientos que se desmorona en ruinas. En realidad, semeja que Bret Anderson y Bernard Buttler se metieron en el estudio pensando que este iba a ser el último disco de pop de la historia. Y por un momento parece que así sea. De hecho, el segundo ni lo llegó ni a terminar.

Alguien ha colgado este montaje de Still Life con fotografías de Pete Crompton. Suban los altavoces de su ordenador al máximo y déjense llevar por esa bola de emoción. A ser posible con las persianas bajadas.

P.D. No comentan la temeridad de escuchar acto seguido la obra en solitario de Brett Anderson tras esto. La comparación invita a llorar ( y no de emoción, precisamente)