La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Existe una música que pretende reflejar el mundo y otra que, definitivamente, opta por inventar uno nuevo. Es, este segundo, el caso de Sigur Rós. Como ocurría con My Bloody Valentine, quien se aproxima a sus encantos o corre despavorido o emprende el vuelo que proponen hacia una región inexplorada en la que música adquiere una dimensión total. Este Með suð í eyrum við spilum endalaust («Con un zumbido en nuestros oídos jugamos eternamente», traducido al español), su ya séptimo álbum, lo vuelve a demostrar. De nuevo, surgen en medio del galimatías del pop del siglo XXI como algo totalmente diferente, oportuno y siempre necesario: ese grupo enigmático y misterioso que puede cambiar la vida de cualquiera que se ponga a tiro.

Producidos en esta ocasión por Flood, en su nueva obra los islandeses proponen un recorrido que arranca en lo que pueden ser los momentos más pop y expansivos de toda su carrera. Colorista y con aire tribal (una especie de tropicalismo bañado en hielo glaciar), lo abre de manera espectacular Gobbledigook, lo más parecido a un single que Sigur Rós hayan grabado nunca. Desde luego, estamos ante uno de los más grandes temas del año y la demostración de que aún se pueden dar varias vueltas de tuerca al concepto de canción pop. Sirve de saludo, de enganche hacía un trabajo que va engullendo al oyente paulatinamente, hasta sorprenderlo con la piel de gallina. Y lo hace con joyitas que contienen guiños a los Radiohead del Ok Computer (Góðan daginn) o a los Arcade Fire de los grandes himnos (Við spilum endalaust), que no hacen sino preparar el camino para lo verdaderamente sublime.

Porque las palabras mayores, empiezan desde Festival en adelante. Ahí es el lirismo a flor de piel quien guía el camino con la voz de Jón Þór Birgisson, asexuada y siempre proclive al falsete, como protagonista absoluta. Como ocurría en aquel magistral Vespertine de Björk o el White Chalk de Pj Harvey, su gélido envoltorio posee picos de hielo tan punzantes que llegan al corazón y lo desarman como si de la más intensa metralla rock se tratara. Apartado de todo, en ese mundo piezas como Ara bátur o Fljótavík hacen arder el alma, desplegar sus alas y estirarla hasta el infinito, es decir todo ese cúmulo de sensaciones contradictorias que de entrecruzan en busca de de un solo camino: el íntimo placer auricular de quien siente que el escalofrío lo ha cogido de la mano en el viaje.

En serio, hay que escucharlo y sentirlo. Háganlo y asuman el riesgo: durante la siguiente semana el 99% de la música que se les acerque les resultará perfectamente olvidable.