La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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De todos los aspirantes al título de “nuevos U2” surgidos en la última década Coldplay eran, sin duda, los más válidos. La progresión entre Parachutes (2000), su sombrío e intimista primer álbum, y A Rush of Blood to the Head (2002), el segundo que ya miraba abiertamente a la épica de estadio, así parecía confirmarlo. En ambos casos existían buenas canciones, solidez sonora y ese algo de magia que hizo que joyitas como Yellow o In My Place pasasen a formar parte de la intimidad de miles de personas en todo el mundo. Sin embargo, llevados por la inercia, editaron X&Y(2005), un insulso ejercicio de estilo deslavazado y totalmente hueco que puso al grupo pronto en tela de juicio. Las actitudes paranoicas y persecutorias de su vocalista, Chris Martin, tampoco ayudaron y, por aquel entonces, todo apuntaba a que una de las esperanzas de la música comercial con calidad (esta sí, de verdad, no lo que se vende en España como tal) se venía abajo.

Con propósito de enmienda semeja que llega Viva La Vida or Death And All His Friends que renueva considerablemente el sonido de la banda, sin por ello renunciar a sus raíces. Producido por Brian Eno (la mano que moldeó The Unforgettable Fire de U2, de cuya pócima sonora tiran ahora lo suyo ¿quién dijo que la referencia era Rattle and Hum?) en él se constata que el grupo ha buscado nuevos horizontes, dejándose cubrir por el barniz ambiental. En efecto, desde el instrumental de Life in Technicolor que lo abre no es difícil apreciar el pincel de My Bloody Valentine, Cocteau Twins, Sigur Rós e incluso Seefeel otorgando una distintiva capa de niebla, hipnosis y repetición a ese sonido tan suyo de guitarras limpias, falsete eterno y pianos que llevan el New Years Day de U2 incrustado para siempre en el ADN. Ello provoca que la escucha del disco sea como pelar una cebolla en la que, a cada escucha, van surgiendo nuevos matices y hallazgos.

Solo hay que ponerse ante el primer single, Violet Hill, donde en una de esas progresiones de piano trotón con parada lírica y batería a piñón fijo, ya típicas en Coldplay, se agrega un fondo de marañas guitarreras que parece extraído del noise-pop de los primeros noventa. Esa es la tónica dominante y, con alguna agradable sorpresa de por medio (palmas latinas surgiendo en Cementeries of London, dudosos aires arábigos en una Yes que, no obstante, muta en un impresionante tramo final totalmente shoegazer o la emoción contenida de Viva La Vida, erigida sobre vigorosos sintetizadores y ondas de cuerdas), lo cierto es que este trabajo se deja querer tanto por lo que tiene de esencia, como de presencia.

De aquí a unos meses se sabrá si estamos ante un espejismo o una realidad, pero así, a primeras, lo cierto es que Viva La Vida or Death And All His Friends vence y convence.