El escándalo curricular de estos días sugiere alguna reflexión: ¿Qué ambición mueve a alguien para tener tal premura en triunfar que le lleve al punto de pecar atajos y condenarse de por vida a la impostura? ¿Qué dirán sus conciencias ? Sólo ellas son notarias severas de la verdad registrada en su Rurriculum mortis, ése que sólo conoce uno mismo y que certifica nuestra más íntima verdad.
Durante una conferencia el poeta Félix Grande replicaba a las protocolarias alabanzas de sus anfitriones : “lo primero de lo que me puedo jactar es de ser un guitarrista flamenco rotundamente fracasado.”
Para el poeta, el auténtico currículum vitae es el que reseña nuestros fracasos y no las victorias. Lo dijo dos meses antes de morir pleno de lucidez y sabiduría.
Es cierto que el auténtico rostro de lo que somos se refleja mejor en la bruma de las frustraciones que en el espejo de los éxitos y que pesa más lo renunciado que lo hecho, lo nunca conseguido a lo conquistado.
Los presidentes de gobierno y los políticos en general tienen más poder del que pueden asimilar y se equivocan, esto no es nuevo, siempre ha sido así, lo novedoso es la respuesta del público.
Tal parece que la cascada de añagazas y corrupciones aireadas en los últimos años hayan aumentado la exigencia de honestidad por parte de la sociedad para con los políticos y el rigor del juicio frente a sus desmanes, nada más lejos de la realidad.
Lo que ha cambiado es el caudal de información y la forma de comunicarse de la sociedad o al menos esa es la opinión de mi colega castellonense, el doctor Paco Traver , que suscribo a pié de letra:
El problema es que la gente se ha vuelto muy sensible y ha sufrido un descenso vertiginoso en el umbral de indignación gracias a tres fenómenos: los ideales buenistas que impregnan las sociedades desarrolladas hasta un punto de irresponsable ingenuidad infantojuvenil.
La crisis económica y la precariedad padecidas en esas sociedades que niegan cualquier responsabilidad en ello y exigen soluciones a quienes no están a la altura del desafío.
La existencia de las redes sociales que multiplican y legitiman la indignación según la tribu a la que se pertenezca.
Y lo peor es que esta modificación de las coordenadas sociales que marcan las líneas de separación entre lo tolerable y lo intolerable no significan que la sociedad haya mejorado en su moralidad, significa que se ha polarizado de tal forma que una tribu siempre cree que es más moral que la otra.
Lo verdaderamente insufrible no son los Ridiculums Vitaes de los políticos sino la mediocridad asfixiante que lo impregna todo.