La Voz de Galicia
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Entraba la primavera de 1627 cuando el Imperio Español languidecía su decadencia bajo el gobierno de un rey ocioso que dejaba las tareas de gobierno a un Valido arrogante y todopoderoso. Un binomio éste de Felipe IV y el Conde Duque de Olivares que había sido la causa de la pérdida de Brasil, de la de Portugal, del levantamiento de Cataluña, Andalucía, Italia y Flandes y de la descomposición en fin del legado imperial de Felipe II.

Infiltrado en la Corte  D. Francisco de Quevedo -cronista singular de aquella época- no dejaba de clamar contra todos los desvaríos gubernamentales,  de aquellos años es su obra “Cómo ha de ser el Valido perfecto”. Amigo sí, pero más amigo de la verdad, el escritor no se arredró a la hora de denunciar las tropelías y el desgobierno existente comenzando una ofensiva que acabó una noche en que bajo la servilleta del rey apareció un escrito intitulado Memorial en el que se denunciaban punto por punto todas las tropelías del Conde Duque así como el desastre al que estaban llevando a España.

El escrito era anónimo y  cayó como una bomba sobre la Corte  desatando la ira y el desconcierto que sólo provoca la verdad desnuda. Nadie dudó que sólo la pluma, la experiencia política y la maestría intrigante de Quevedo podía haber escrito una cosa así y atrevido situarla ante los ojos del rey.

Sin vistas ni alegaciones, Quevedo fue preso en el convento de San Marcos de León durante cuatro fríos años que serían la antesala de su muerte poco tiempo después de que la caída de Olivares propiciara su libertad bajo destierro en su señorío de la Torre de Juan Abad, una pequeña aldea del Campo de Montiel.

La mañana del seis  de Septiembre de 2018, otro Imperio en decadencia con otro voluble  gobernante al frente, se desayunó con un libelo anónimo en la portada del New York Times que vino a denunciar lo mismo y en el mismo tono que lo que nuestro satírico escritor había hecho hacía cinco siglos. A Trump le habían hecho un Quevedo en todo regla.

Es día de hoy que el engreído Donald ha puesto precio a la cabeza del topo infiltrado en la Corte cueste lo que cueste.

Ignoro si el autor del libelo tendrá la suficiente osadía, valor y resistencia que tuvo nuestro pendenciero escritor pero constato la actualidad de sus versos: “No he de callar. Por más que con el dedo señalando ya la boca o ya la frente, avises silencio  amenaces miedo ¿Es que ya no quedan espíritus valientes?¿Siempre se ha de pensar lo que se dice?¿Nunca se ha de decir lo que se piensa?(…)