La Voz de Galicia
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Anduve estos días procesionando más allá del telón de grelos, visitando gentes en  Zaragoza, Tarragona y Bilbao. Me espabilaron el alma algunas cosas que – constaté – pertenecen ya a otra época distinta a la que he vivido.

La Semana Santa se ha convertido en un carnaval y otro reclamo turístico que vender, igual que el día de Difuntos dejó de honrar a los muertos para enriquecer a los chinos vendiendo disfraces de Hallowing. Ejemplos de la  carencia de grandes relatos que padecemos y que se expresa en la contradicción de una sociedad descreída abrazada a ritos de viejas creencias olvidadas: !Hay que vivirlo! vociferaba una «manola» adolescente. Parece como si la comunión en grupo alrededor de un ídolo potenciara unas emociones que en solitario son más sosas. El Cachorro, La Macarena o el bombardino de las Capas Pardas rompen la pana igual que Bruce Sprinting, el Real Madrid o el mismísimo Papa, pero los festejos de Semana Santa se han convertido en una pasarela de imágenes fuera de contexto, al revés de lo que le pasó a la Navidad, que se quedó sin imágenes y se convirtió en un contexto lleno de lucecitas.

Y no perdoné la torrija, una simple torrija que me iluminó este mundo raro. Al ir  a atacarla, fueron mayoría quienes pusieron objeciones apelando la duda de si tendría gluten, azúcar blanco en vez de estevia, harina que no fuera madre o huevos de gallina maltratada. Una proporción relevante de los objetores se declaraban a su vez alérgicos a casi todo, intolerantes a los alimentos más comunes, sufridos digestólogos alternativos comedores de quinoa, chía, zumos detox, tofu, pan de espelta y jamón -con éste no han podido-.

La torrija me alumbró el negocio de la vida saludable cada vez más lleno de fieles que acaban enfermando por su devoción. No tendremos dinero para pagar las prótesis de rodilla que va a demandar la moda del runnig ni antibióticos que nos defiendan del entorno normal.

La incidencia de alergias e intolerancias digestivas en nuestra sociedad se ha cuadruplicado en una década, son patologías del primer mundo, algo desconocido en los países subdesarrollados,.

Este ambiente pasteurizado y estéril, desarrolla individuos que comen conforme a la pauta de un  pediatra, todo triturado,  introduciendo los alimentos según protocolo en la mayor asepsia posible, convirténdolos en presas fáciles para cualquier germen o alergeno de gatillo fácil.

 Dejadnos comer la torrija en paz y a los niños que se chupen la zapatilla, mordisqueen el pan o el churrasco y traguen lo que puedan para no ser candidatos a padecer alergias o engrosar las filas de los sufridos comedores de semillas.

Semana Santa de Pasión.