La Voz de Galicia
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Algunos profesionales llevamos más de una década alertando de que  las consecuencias del derrumbe de la autoridad que padecemos no tardaría en dar nuevas patologías de la salud mental. En eso estamos.

La agresión verbal y física que los niños infligen a sus padres -la llamada violencia paterno-filial- ya tiene su teléfono de socorro, su sociedad y su reality show.

Cinco mil padres denunciaron a sus hijos por maltratarlos en los últimos años estimando que más de un 15% de las agresiones graves no se denuncian. Cifras que sólo recogen edades superiores a quince años, ocultando un mayor porcentaje de criaturas que comienzan a dar mamporros a padres y abuelos a partir de los siete.

Según la Ertzaintza este tipo de violencia ha crecido un 45% en el último año; la Sociedad Española para el estudio de la violencia filio-parenteral dice que hay más de 400.000 muñecos diabólicos maltratadores.

Como suele ocurrir con las consecuencias de no ser capaces de encarar la realidad ni escuchar a los profesionales que alertan del tsunami, una vez aparecen, nos las arrojan a esos mismos profesionales la tarea de «tratarlas» y ya hay lista de espera en los pocos centros que asumen la titánica tarea de  «curar» a estos mozalbetes, tarea prácticamente imposible una vez derribados todos los límites simbólicos que deberían haberse introducido en el programa. Podremos controlar mejor las conductas, pero no disponemos de capacidad para introducir en el ADN la función de porqué no se puede pegar a padres y profesores.

Los hijos de las sociedades desarrolladas ya no cumplen una función de bienes de producción – ayudarán en las tareas del campo y mantendrán la casa-, ni de bienes de inversión -mejorarán nuestro estatus y cuidarán de nuestra vejez-, son más un bien de lujo.

Los pequeños tiranos se alumbran con un deseo omnipotente y algunos padres les dan licencia para matar por conseguirlo; no se plantean que es imprescindible castrar esos deseos para civilizar al niño, más bien se «des-viven» para intentar cumplirlos.

Los padres abdican cediendo esa responsabilidad a los maestros que desfallecen al punto de que un 60% han sufrido bajas laborales por ansiedad o depresión , brotan entonces los adolescentes silvestres que ,con la misma herramienta, tienen el mismo acceso que el adulto a un mundo virtual en el que no es fácil distinguir lo real de lo posible sin un cierto grado de maduración cerebral, que sólo lo da la edad.

Embriagados de una libertad sin fielatos ni castigos lo quieren todo y lo quieren ya sin que ningún respeto los amenace.

Empieza a verse el sentido al error de eliminar las tarimas de las aulas, la Mili, el usted y los dos rombos.