La Voz de Galicia
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Se trata de una profecía que sentencia que todos los fines de año serán iguales cumplida una edad en la que se llega a ver los saltos de esquí sin ibuprofeno. Hace años que escapo de la fecha buscando un sitio dónde esquivar los tópicos pero no lo consigo.

Unos me recomiendan que me vaya al Caribe y otros que una navidad sin frío no es navidad.

Un viejo interés por el personaje de Quevedo me empujó este año  ha escaparme a Parténope, la Nápoles actual, siguiendo sus andanzas y disfrutando de la compañía de unos buenos y pacientes amigos.

Parténope era una de las tres sirenas que fracasó tentando  a Ulises y se quedó congelada en el puerto de Nápoles tocando la lira. Pero si bien la historia empieza ahí, Nápoles es lo más parecido a su reciente aporte al patrimonio de la humanidad: la pizza.

Allí se cocieron  todos los pueblos que han forjado la historia de Europa y el nuestro permaneció más de dos siglos que, sino los más exitosos, sin duda fueron los de mayor esplendor de su historia.

La pizza tiene multitud de colores , es alegre y bullanguera, sacia y cansa, es  apetitosa y a veces sucia de comer,  así es Nápoles.

Allí nacieron los Belenes que son como los nuestros pero con las figuritas vestidas  de época y los portales con casas napolitanas.

Paseé por las ruinas de Pompeya buscando el sueño de la  Gradiva  de Freud asombrado de lo poco que hemos avanzado en urbanismo y confirmé en el museo arqueológico que la decoración y distribución de las casas era bastante más elegante, humana y delicada que los pareados de hoy.

Culebree la costa Amalfitana alucinando flotas normandas, persas, griegas, turcas, españolas, francesas,…El tiempo viejo empezaba a ser más interesante que el año nuevo.

Contemplé desde la plaza del Plebiscito el Palacio Nuovo construido por los Borbones y dónde Quevedo ejerció una especie de cancillería de asuntos exteriores sirviendo a su amigo de farra el Duque de Osuna bajo el reinado de Felipe IV. Imaginé un fin de año en esa plaza durante  el siglo de oro.

De regreso al hotel me encontré con el mismo paisaje urbano de cualquier ciudad del mundo civilizado, las mismas tiendas el mismo ambiente, las mismas diademas con cuernecitos de colores.

Encendí la tele en uno de esos hoteles que pesan como culpas y me encontré con el  Master Chef, la pesadilla en la cocina y  Oratius en versión italiana. Fuera, todo eran foguetes asesinos con la plaza llena de los mismos que estaban en la Puerta del Sol, sólo me libré de la Pedroche.

En  Nápoles comen grelos.

Profecía cumplida.