La Voz de Galicia
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Hace unas semanas el mundo presenció la impactante escena de Slobodan Praljak, un ingeniero eléctrico  metido a  general del ejército bosnio croata, que durante la sesión del juicio por los crímenes de guerra perpetrados en la guerra de Yugoslavia, se levantó con aspecto de hombre bonachón y al escuchar el veredicto senteció: » el General Slobodan Praljak no es un criminal de guerra y rechazo con desprecio el veredicto» y se bebió  un trago largo de veneno mortal.

Su abogada, Nika Pinter, retornó a Croacia y declaró que no sabe la razón y el objetivo final que tuvo el general Praljak al suicidarse:

» No puedo conocer su objetivo final, pero puedo comprenderlo completamente porque, como un hombre honorable, no podía vivir ni un solo dia como un criminal de guerra», afirmó la abogada

El sociólogo Emily Dürkeim identificó a finales del siglo XIX   diferentes tipos de suicidios ejecutados en función de las relaciones sociales. En el llamado suicidio altruista, el individuo se da muerte de acuerdo con imperativos sociales y ni siquiera piensa en reivindicar su derecho a la vida; se sacrifica a un mandato social interiorizado que  obedece a las órdenes del grupo.
Durkheim descubre en el suicidio altruista un aumento de  su frecuencia  en el ejército. Por definición los militares—se trata aquí de oficiales profesionales—pertenecen a un grupo muy integrado. Es evidente que los militares de carrera se adhieren al sistema al que pertenecen pues salvo casos excepcionales no lo habrían elegido si no le profesasen una fuerte lealtad. Pertenecen a una organización cuyo principio esencial es la disciplina y el honor.

Pralajak no podía vivir con la deshonra de ser considerado un criminal de guerra cuando él, lo único que hizo fue ejecutar las órdenes correctas que -aunque atroces- creía que eran su obligación como fiel servidor de su pueblo, poniendo en escena éso que Ana Harendt llamó la vanalidad del mal, el mal como deber.

Praljak no se mató por miedo a la cadena perpetua, ni por el remordimiento que le procuraban sus crímenes. Se tomó el cianuro porque despojado del  honor que le quitaba la sentencia no podía vivir.

Era la única salida honrosa frente a la comunidad que creía defender, sus palabras finales no iban dirigidas al tribunal sino a su pueblo. Para muchos, un sacrificado funcionario público, un valiente sin tacha.

Poco después del suceso, una amiga me preguntaba: ¿qué fue lo que se  tomó?¿Se puede conseguir fácilmente? Dejando entrever su deseo de poder disponer del mismo por si le venían mal dadas. Estos son de otro tipo, son los suicidios egoístas.

Dame veneno que quiero morir no es lo mismo que dame veneno que no quiero vivir… así.