La Voz de Galicia
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Afirma la flamante Premio de Asturias de Ciencias Sociales de este año, Karen Armstrong, que en Europa el culto nacionalista ha suplantado a la Religión y no le falta razón. Ahondando en el argumento, la pérdida de los grandes valores simbólicos de la humanidad que definió la posmodernidad están siendo suplantados por borradores de nuevos valores e ideologías incapaces de sustituirlos, un proceso que la cibernética de segundo orden califica como «Morfopoyético» , es decir, de búsqueda de nuevas formas y estructuras capaces de adaptarse a un nuevo entorno.

Lo malo es que las propuestas presentadas tardan en cuajar y de momento no son nuevas, sino simples variantes formales de las antiguas. En su estructura nada diferencia la religión de los nacionalismos: ambos tienen sus dioses, sus sagradas escrituras, sus mártires, sus ritos y sus banderas. Nada los diferencia en la forma de prometer el paraíso a cambio de seguir estrictamente las leyes y doctrinas del gurú. Ambos trazan las fronteras entre el pueblo elegido y el resto; ambos son un consorcio económico del que siempre se benefician los que gobiernan el credo en dios padre o el credo en mi patria todopoderosa…

Cambian atrezos, protagonistas, decorados, himnos y efectos especiales, pero se mantiene el mismo guion. Y como es el mismo guion ya sabemos el final que, en resumen, no es más que unos siglos más de bofetadas, muertos, gestas y añadidos a la mitología patria como se introducen nuevos personajes a la misma teleserie para estirarla unas temporadas más.

No hay ni se vislumbran ideologías, propuestas o visiones nuevas capaces de sustituir lo que ya no funciona.

Las viejas ideologías insisten en mantener una estabilidad que ya no existe y los nuevos partidos lejos de proponer un mundo o un hombre nuevo, vuelven al pasado rescatando al hombre nuevo de hace un siglo, resucitando a Franco, Stalin o Hitler. Lejos de construir un nuevo orden se dedican a intentar deconstruir el pasado como fórmula para ganar un nuevo futuro. A esta forma de funcionar la cibernética de primer orden lo llama procesos «morfostáticos» que viene a ser un «plus ça change, plus ça continue», un constante cambio de formas para seguir con el mismo fondo.

Faltan nuevas ideas como faltan grandes hombres y mujeres capaces de liderar un auténtico cambio de estructuras, y los pocos que muestran maneras e inteligencia para llevarlo a cabo escapan de la política como de la peste, dedicándose a plasmar sus pensamientos en textos que sólo leen un puñado de marginales como ellos.

La inmensa mayoría de los políticos no han pasado el bachillerato, los líderes de opinión están en el Twiter y Telecinco, no en la Universidad.

Así andamos, así nos va.