La Voz de Galicia
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La definición de angustia más sencilla que ofrece la Psicopatología europea es  «El miedo a no saber qué» o «La tensa espera», haciendo referencia a los síntomas físicos y psíquicos que la incertidumbre nos produce frente a un peligro real o imaginario, » No son las cosas las que nos asustan sino las ideas que nos hacemos de las cosas» -Epícteto dixit– .

Borges definía la angustia como «la brecha que separa el antes del después».

El prefijo «angst»  (agobio, angostura, angina etc..) señala la sensación de ahogo o presión en el pecho que estas situaciones desatan en nosotros.

El delirio no se tiene, en el delirio se está. El delirio es un pensamiento irrefutable a la argumentación lógica que se presenta como una certeza incuestionable y excluyente  para quien se instala en él. Quienes viven en el delirio no dudan, tienen la certeza de que las cosas son y serán como ellos piensan,  en ell@s  no hay angustia, si acaso ira y  violencia a la hora de imponer su realidad.

La democracia  es el sistema de gobierno menos malo, pero lo bueno que tiene es que nos protege precisamente de quienes quieren imponer sus delirios a los demás sin atenerse a las reglas consensuadas entre todos, a las Leyes capaces de embridar  todas las ideas.

Soy hijo, nieto, bisnieto  y tataranieto de gente catalana. En mi casa se hablaba catalán a pesar de ser la primera generación que nació y creció fuera de Cataluña cuando mis padres emigraron a Madrid, como tantos otros catalanes. La papilla cultural en que me crié  fue catalana.

En mi familia  disfrutábamos de  todos los rituales entrañables que esa cultura posee. Mi padre nos llevaba al Círculo Catalán de Madrid del que era socio activo a ver Els Pastorets  en Navidad, hacíamos «cagar al tió», comíamos canalones y carn d´olla el día de San Silvestre, coca en San Juan y calçots en primavera. Mis tíos nos mandaban el aceite, la butifarra, la llonganisa, los panadóns, la ratasía y demás petiscadas en un paquete anhelado una vez  al año. Y bebíamos cava con porrón.

Veraneábamos en Cambrils y subíamos al pueblo de mi madre en la fiestas patronales a bailar la sardana y faenar en la recogida de avellanas y almendras.

Mi padre era catalán hasta las cachas y siempre resultaba enigmático oírle decir  que «lo dificil no era ser independentista, sino ser catalán fuera de Cataluña».

Desde la angustia de un día como hoy le entiendo perfectamente.

A él y a todos los catalanes que amamos esa tierra tanto como aquellas otras Españas dónde vivimos, trabajamos y en las que probablemente moriremos.

Siso y Seny por favor, acaben con esta angustia.