La Voz de Galicia
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Hablaba en el último tonel de lo efímero y transparente que resulta el mal cuando disminuye la presión de los medios mostrando sus imágenes a tiempo real. La sobreexposición del mal narcotiza y genera indiferencia.

Pues bien, no han tardado ni tres días en desaparecer los cadáveres y aparecer de nuevo la política partidista; ni setenta y dos horas en empezar a tirarse los muertos y las instituciones a la cabeza, ni tres noches en hacer el duelo y empezar otra vez con los duelos de siempre -cuando digo de siempre me refiero a siglos, no a una pachanguita dominguera-.

Parecería que estas horas tras la conmoción debieran ser un tiempo de reflexión y recogimiento dedicado a llorar a las víctimas y pensar causas y soluciones, pero nada más lejos de la realidad. Nuestros representantes no se han dedicado a pensar sino , como afirmaba Sir Williams James, ha reorganizar sus prejuicios. Otra vez la vuelta al infierno de lo mismo que «dona mes por» que la masacre.

Tres días han tardado los unos y los otros en recopilar victorias y señalar errores. En importar más quién debe encabezar la manifestación que los muertos, en no preocuparse tanto de la amenaza global como en qué marcador apuntar los héroes y los difuntos… Patético.

Recomendaba Ortega y Gasset a los nuevos diputados de las cortes españolas en 1931 no incurrir en «inútiles vocingleos ni en la violencia del lenguaje» añadiendo: «hay algo que no podemos hacer aquí: ni el payaso, ni el tenor ni el jabalí», justo lo que nuestra casta política y los medios de comunicación  -de todos los colores- siguen haciendo, lo que no contribuye a alimentar la convivencia democrática.

Al final del carrusel de verano que estamos sufriendo y que puede despedazarnos como una madre de Satán de tanto manipularlo, algunos dirán aquello de que  no hay nada de qué arrepentirse porque todo lo hicimos entre todos, lo cual es rotundamente falso.

 

No es verdad que no tengamos miedo, no es verdad que no podamos convivir respetando todos las reglas que nos hemos dado, no es verdad que una bandera valga más que un sólo muerto, no es verdad que un minuto de silencio valga menos que miles de declaraciones tribales, no es verdad que los intereses de poder sean más importantes que el poder de la solidaridad y la convivencia.

Sí que tenemos miedo, miedo a no saber combatir esta  amenaza, miedo a los nacionalismos exacerbados, miedo a la ignorancia, miedo a la manipulación, miedo a dejar de ser lo que somos, miedo al buenismo ingenuo, miedo a volver a hacer del pasado un  futuro.

Miedo a los payasos, los tenores y los jabalíes.