La Voz de Galicia
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La canción que petaba en el verano de finales de los sesenta cantada por los stop o los tres sudamericanos -no lo recuerdo bien- era: «el turista un millón novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve»,  que contaba la desdicha del turista que por salir deprisa del avión, perdió las atenciones que le brindaron al turista dos millones.

La versión actual sería la fatalidad del turista diecinueve millones novecientos noventa y nueve mil. La cosa cambia.

Nuestro país vive del turismo y cuanto más haya mejor nos irá a todos, es verdad. Pero para seguir siendo atractivos al mundo tenemos que mantener nuestra esencia y  si la sacrificamos a invasiones incontroladas de turistas la acabaremos perdiendo y siendo un sitio más pero con sol, alcohol barato y permisividad para el desmadre. Mucha gente ha tenido que huir de barrios de Barcelona tomados por los apartamentos turísticos, término eufemístico que oculta una cubanización de la hostelería y que llena el ambiente de incomodidad destrozando la tranquilidad y las rutinas de los vecinos.

El debate sobre cómo tenemos que gestionar la gallina de los huevos de oro para que -sino más lustrosa y rentable, al menos sobreviva- es más que pertinente y no podemos dejarlo al pairo de las consecuencias que pueda tener la falta de planificación.

Es evidente que una cuestión de tanta importancia debe debatirse en el Parlamento y se hace tarde que ningún grupo político haya puesto este asunto encima de la mesa para legislarlo mejor.

Lo que no es de recibo es que grupos de jóvenes radicales se dediquen a espantar a los turistas asaltando buses turísticos, puertos deportivos, coches de alquiler y terrazas de verano como si fueran velutinas invasivas a las que hay que exterminar.

Estos hechos vienen a ser una expresión más del intento posmoderno de chavales acomodados para escapar del vacío de una sociedad auto satisfecha: «Plutôt la barbarie que l´ennui» afirmaba Théophile Gautier. Estos actos delictivos no obedecen a la lógica de jóvenes desesperados que buscan cambiar una sociedad imperfecta y represiva, sino más bien a unos hijos de la clase media que se mueren de tedio y hayan en el grupo radical el amparo para excitarse con una violencia con causa pero sin razón.

Cuando falla la Política, aparece la política de tuiter y algarada.