La Voz de Galicia
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Una cosa es el progreso y otra, la novedad. El progreso siempre necesita de un pasado presente al que referirse, bien sea porque significa algo que supera lo existente o porque supone el logro de algo históricamente anhelado. Las nuevas tecnologías de la comunicación pertenecen al primer gremio, y volar en un avión, al segundo.

La novedad, sin embargo, es algo que se da en el presente inmediato y que nunca se puede considerar como eterno. Tenemos la vida llena de novedades que no duran una temporada y de las que jamás se vuelve a tener noticias.

Conforme maduramos valoramos más el progreso y nos cuesta más la novedad. La generación del baby boom -o del «ginkasdelarios» que les comentaba la semana pasada- es fiel ejemplo de lo difícil que puede llegar a ser la novedad.

Valgan como ilustración tres escenas verídicas relatadas por un buen amigo representante de su generación, culto, viajado, inteligente y con querencia al ginkasdelarios:

 

De vacaciones en el corazón del glamuroso Milán, sufrió un apretón inmisericorde que le obligó acudir al excusado de uno de esos locales cool, hit o como se llamen en modernés; una vez aliviado, fue a tirar de la cadena escaneando el inodoro como un orfebre a calzón bajado sin encontrar rastro alguno de cadena, manilla o palanca que pusiera en marcha la desaparición del desastre. Al final claudicó entreabriendo la puerta y suplicando al personal que guardaba cola hacía tiempo: «¿Alguien sabe cómo se tira de la cadena?» (en italiañol, claro). Un hombretón salido de Mad Max lo miró con indolencia y le espetó: «Tiene un botón en el suelo, píselo». Sin comentarios a su paseíllo triunfal por el túnel de podrigorios.

En otra ocasión, visitando el Tirol, se alojó en un bucólico hotel regentado por Heidi y al entrar en la habitación sintió la llamada de la naturaleza saliendo a la terraza para contemplar el valle, momento en que la ventana se desplomó sobre su cabeza. Pasado el susto, consiguió sujetar la ventana con el cuello y las manos como un Atlas picheleiro y marcar el numero de recepción con el pie pidiendo socorro. El botones lo auxilió rápidamente explicándole cómo funcionaban las ventanas oscilobatientes. «Isto no noso aínda non chegou», se excusaba.

Y en otro local nacional sufrió los rigores de las células fotoeléctricas en el w. c. Sentarse en la taza y quedarse completamente a oscuras fue todo uno. Comenzó entonces a dirigir una sinfonía invisible de manotazos arriba, abajo, a derecha, a izquierda; en pie, sentando, adelante, atrás… nada. Solo el instinto lo liberó de las tinieblas mientras maldecía el inadmisible invento.

Hay gente que se lleva muy mal con las novedades.