La Voz de Galicia
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Desde una personal animadversión a celebrar los aniversarios -especialmente los de las promociones de estudios-, he tragado la novena del cuarenta aniversario de nuestra democracia sintiendo la misma perplejidad enajenada de las bodas de plata de la promoción fin de carrera.

Hay algo de siniestro en eso reencontrarse con gentes del pasado, una extraña sensación de impostura que deja escapar destellos del recuerdo. ¿Quién podría pensar que aquel hombretón que parecía haberse tragado a alguien era el apuesto Alvarito o que aquella Castafiori recargada de joyas y carmín era la deseada Malena? Siempre somos el mismo pero nunca somos lo mismo.

Estos días tuve que recordar al Felipe que ya había olvidado y verlo como es hoy, y a Landelino, Nicolás, Guerra, Martín Villa… El tiempo es una mano de humo que nos va caricaturizando hasta dejarnos pelados. Cuarenta años de aquello. !Jesús!

Los hombres y mujeres que hoy ocupan el escenario ni siquiera habían nacido, ni tienen más memoria de aquello que la que podemos tener del general Prim los que vivimos la Transición. Quizás por eso el menosprecio de algunos por una gesta de la que todos deberíamos sentimos orgullosos.

Hacer memoria es traer al presente la imagen muerta de un pasado que ya no es nada. Recordar, re-cordare, consiste en hacer pasar la memoria por el túnel del cordis, de los sentimientos.

Uno vive la realidad de hoy, esta mediocridad disfrazada de posverdad, con el recuerdo y la memoria de aquella época y dan ganas de salir corriendo.

Algunas respuestas a esta desazón las cobija la filosofía retroprogresiva de Salvador Pániker, que aconseja «ir simultáneamente hacia lo nuevo y hacia lo antiguo, hacia la complejidad y hacia el origen como la única forma de adaptarse al futuro. La idea fundamental es que hay que sustituir el mito canceroso del progreso por la noción más sutil de retroprogreso; tener en cuenta que a veces los costes del progreso exceden a sus ventajas. (…) Es necesario escapar a la inflación de signos que preside nuestra civilización; trascender la blablaosfera, donde la gente se mantiene exclusivamente a fuerza de triviales y tribales redundancias: blablablá».

Política de caseta de feria, debate de ocurrencias, estrategias ignorantes que pretenden cambiar la realidad cambiándole el nombre a la calle o llamando «régimen del 78» a aquello que les permite ejercer la libertad de su ignorancia; fusilar honores, prestigios e incluso la historia a golpe de tuits, llamar a los niños criaturas para no discriminarlos o rechazar, envueltos en un blablablá de manifa solidaria y calimocho embravecido, la generosidad de un hombre discreto, rico y trabajador que salva miles de vidas sin pretender salvar al mundo

Pura contradicción.