La Voz de Galicia
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Un año más la parodia patria de los Oscars que es la gala de los Goya, ha vuelto a caer en la afectorrea. No entiendo porqué esta querencia de los artistas galardonados en soltar un miserere nostrum y acabar sollozando o brincando de felicidad cuando recogen el premio. No me imagino a un premio Nobel o a un Príncipe de Asturias haciendo esas cosas.
Debe ser que como son gente del espectáculo toda su vida pública tiene que ser también un espectáculo. O puede que se hayan arrogado la bula de poder desparramar todas las emociones en público; o puede que sean así de espontáneos, no sé, pero lo que sí sé seguro, es que cuando uno reparte de forma indiscriminada sus sentimientos más profundos en público siempre juega una suerte de impostura.
Desde hace cuatro años en Hollywood se impuso la norma de que en la ceremonia de los Oscars se evite mentar a la familia y mucho menos ponerse a llorar. Me parece un ejercicio de rigor y seriedad que bien merece un comentario.
Como botón de muestra de esta afectorrea artística que padecemos anualmente, valga la perorata que se lanzó el bueno de Antonio Banderas, todo un curriculum vitae desglosado para acabar entonando ,entre lágrimas, su sentimiento de culpa por no haber disfrutado de la infancia de su hija Estela del Carmen. Algo que no tiene ninguna necesidad de confesar en público y algo impropio de El Zorro.
Que distinta de la actitud tildada de excéntrica del gran Woody Allen renunciando a recoger el galardón académico – se notan los años de psicoanálisis- y preferir quedarse tocando el clarinete o recogiendo un premio como el Príncipe de Asturias, en el que se habla poco y menos de uno mismo, de la novia o de los amigos.
El autoengaño del afectorreico consiste en creer que exponiendo toda la casquería sentimental en público, éste le reconocerá como desea que le conozcan: como un tipo auténtico y sincero. Solo que cuanto más se intenta ser como uno quiere ser, más se aleja uno de lo que es de verdad.
El hecho es que ya cansa tenernos cuatro horas de gori gori glamuroso y afectorreico, cuando la ceremonia se podía despachar mucho antes con sólo quitar la mitad de las gracias del presentador y evitando los títulos de crédito emocionales de cada discurso. Resultaría mucho más imponente y pudoroso.

El aforismo vale también para la gente del espectáculo: Las cosas verdaderamente importantes se saben sin decir y se dicen sin hablar.