La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
Seleccionar página

Lund, en el tren de Copenhague a Göteborg. Y de repente el tren sale del enorme puente y entra en la Suecia nevada, mientras pienso que de buena me he librado al no alquilar un coche para ir a Göteborg porque en las carreteras hay hielo. Al tren sube un policía joven equipado como para la guerra de las galaxias: control de pasaportes, aunque cierto es que sería un poco raro que en este tren se hayan subido inmigrantes ilegales. Fuera debe hacer un frío de rayos porque la revisora, que ha salido a fumar, regresa tiritando a pesar de su chaquetón.

Es difícil no sentir emoción al entrar en Suecia. Este fue mi destino primigenio cuando el 5 de julio de 1973 decidí salir al mundo. Luego he vuelto una decena de veces o quizás algo más. Y siempre aflora mi agradecimiento al país aunque mas, mucho más, en casa cuando piso suelo danés. Aquí hice mis primeras amistades abiertas: Birthe, Agne, Björn y otros cuyos nombres se han perdido en mi no-memoria.

Así que le tengo un respeto a este país de gente cerrada en sí misma, que con trabajo y esfuerzo han pasado de ser los más obres de Europa al puesto de honor de la riqueza. Respetar es aquí el verbo de uso nacional. Se respeta al otro, ero también a la naturaleza. Aunque la excesiva inmigración aceptada con más voluntad que control haya causado no sólo problemas sino una brecha en el sentimiento nacional.

Y volví a Lund, aunque no me bajara del tren. Y vi las inequívocas torres de la catedral mientras atisbaba la entrada a Stora Fiskaregatan, en cuyo número 10 pasé del 12 de julio al 17 de agosto de 1973 en la casta compañía de Birthe. Y todos los recuerdos vienen de golpe a la mente.