La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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Manorbier. Decididamente, elegí mal. Sin duda ello se debe a mi manía de enamorarme de los sitios, para luego darme de bruces con la cruda realidad. Y tras ver cuatro veces desde fuera el hotel Castlemead, en Manorbier, preciosa fachada iluminada por la noche y en apariencia con todas las características para ser un hotelito con encanto, ayer recalé aquí.

Cuatro estrellas luce. Y la primera impresión fue magnífica, en medio de la lluvia y el viento. Tres o cuatro mujeres de una edad madura llegaban empapadas y se sumaban a otras tantas del grupo haciendo paso a paso el Pembrokeshire Coast Path, y la recepcionista no daba abasto sin perder nunca la sonrisa. La chimenea estaba encendida en un salón muy acogedor, y el encanto parecía, sí, flotar en el aire.

La sorpresa comenzó nada más abrir la puerta de mi habitación, la 3: minúscula, ni una mesa, ni sitio para poner la maleta, un cabecero de cama que no se estaba quieto, mantas y sábanas en vez de edredón (la primera vez que veo cosa tal desde que hace muchos años puse los pies por primera vez en Gran Bretaña), algunos detalles que indicaban descuido, ventanal del también minúsculo baño -el inodoro obliga a adoptar una torcida posición al sentarse en él- tan difícil de abrir que no lo logré, de forma que los olores van directos a la habitación, ventanal de ésta con los mismos problemas, un televisor que, para hacer juego, es minúsculo, un armario cutre con puertas que se baten, cuatro cojines en la cama y las almohadas que no hay dónde poner por la noche…

Me lo tomo con cierta filosofía, no mucha, y bajo al precioso salón en busca de una mesa: no la hay, de modo que vuelvo escaleras arriba al cuarto, me siento incómodamente en la cama y con los pies casi dando contra la única silla escribo como puedo, después de todo uno lleva casi 47 años como periodista.

Por supuesto, ello no quita la gran amabilidad de todo el personal, que el comedor sea precioso y que la comida la preparan con mano de santo, aunque sirvan el oporto en una copa que parece de juguete y sin estilo alguno.

Porque el resumen es que el Castlemead es un buen hotel. Pero de dos estrellas, no de cuatro.

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