La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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O Grove. A la península de O Grove no hay que venir en verano excepto que se busquen playas maravillosas y mucho ambiente. Aparcar en la villa resulta literlamente imposible, y el caos del tráfico parece no importarle a un alcalde tras otro. Porque la única solución es limitar la entrada, construir un park and ride disuasivo con buses lanzadera y punto final. Pero es mucho pedir en un país donde el personal entra con su coche hasta la arena, a ver quién me lo va a impedir. Los únicos que me dan pena son los integrantes de la policía local, que deben de terminar la jornada con un estrés de manual.

Por eso siempre hago dos o tres viajes al año fuera de la temporada alta a ese lugar ya descrito por el ilustrado José Cornide como feligresía que «se intitula San Martín», y que estaba situada «en un puertecito que se forma luego que se pasa el arenal o istmo que la separa de tierra» (A Lanzada). Hace algo menos de tres siglos decía que O Grove «es de poca consideración el puerto, pero la feligresía tiene doscientos y setenta vecinos del campo y pescadores».

Y un lugar que siempre visito desde que lo descubrí (tarde descubrimiento, por cierto) es la laguna Bodeira, que en el verano prácticamente se seca y a medida que avanza el año comienza a inundarse. Por suerte para los cientos, quizás miles, de aves de paso que la tienen fichada en su ADN y paran allí. Es un lugar muy tranquilo, retaguardia de la playa Mexilloeira, la sierra de Barbanza de telón de fondo. El acceso, por la carretera de O Grove a San Vicente, y a la altura de una farmacia aislada, desvío a la derecha unos cientos de metros. Ojo, mucho mejor dejar el coche algo antes -ya debería de estar impedido y prohibido el paso- y acercarse sigilosamente para no espantar a las aves. Idóneo para ir también con los pequeños de la familia y, desde luego, si se tiene unos prismáticos no hay que dejarlos en casa.