La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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Hinchinbrooke Country Park (Huntingdon). Sabía -más o menos- que estaba ahí, detrás del palacio de Hinchinbrooke y del colegio público que tiene dos gimnasios y piscina climatizada, pero en todos estos años no había tenido -lo confieso- el más mínimo interés en conocer la reserva natural que lleva el nombre del palacio. En realidad, pensaba en un bosque o en una lagunita. Una cosa minúscila, porque Huntingdon -ciudad a la que pertenece y que define geográficamente por el suroeste- tiene 12.000 habitantes contando los largos y poblados extrarradios, así que no iban a tener sólo ahí para tan poca gente un paraíso natural.

Pues lo tienen. En una hora sólo recorrí, casi sin detenerme, un pequeño trozo, cruzándome constantemente con gente por lo general mayor que pasea a sus perros y recoge los excrementos aunque los animales tengan a bien soltarlos en el medio de la casi inaccesible maleza, donde incluso es sano abono natural.

He logrado ver tres de las siete lagunas, pero sin tiempo para recorrer sus perímetros. Estuve en un observatorio pero no en el centro de deportes acuáticos. Recorrí los más de 200 metros que mide de largo el parque infantil pero n o tuve ni tiempo para fotografiar al descarado conejo que se cruzó en mi camino. encima, organizan constantemente actividades tanto para niños como para adultos, y muy variadas. Uno puede hacerse amigos del Hinchinbrooke Country Park pagando una mínima cuota al año (10 euros), lo cual da derecho, entre otras cosas, a ser voluntario en las tareas de cuidado del parque en sí y a participar en acciones de recolección de fondos para el mantenimiento de esos 180 acres. O sea, nada menos que 72 hectáreas.

Eso sí, excepto que uno se meta en el agradable café lleno de niños, como estoy yo ahora mismo, el runrún de la autovía es constante. Tampoco se puede pedir todo, ni siquiera aquí en Inglaterra.