La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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Godmanchester. Cow Lane debe de ser la pista más horrorosa de Inglaterra. Estrecha, de firme desastroso y fea como ella sola, con planta de tratamiento de aguas por algún lado, verjas… Horrible. Al final, un ancheamiento permite aparcar a media docena de coches. Salgo del mío como hacía en Nicaragua cuando la guerra: moviendo las orejas para detectar cualquier ruido sospechoso, porque esto parece el fin del mundo, lugar de trampas, territorio comanche. Ni siquiera me tranquiliza una señal que indica que entre 10 y 2 hay actividades en la reserva natural, que es lo que voy buscando cuando el reloj marca poco más de las nueve y media de esta mañana fría con viento desapacible, gersey bajo el impermeable cerrado, botas porque hay lugares enlamados.

Echo a andar por una pista de tierra larga y casi recta rodeada de alta vegetación que impide ver si hay algo atrás. Al fondo, el constante ruido de la autovía. Veo a una chica joven con dos perros pequeñitos y poco agraciados, y está relajada. Eso me tranquiliza. Salvo que ella sea el peligro, claro está.

Así que camino y camino. De vez en cuando hay, clavados en el suelo, unos cartelitos referidos a la riqueza botánica o faunística de esa reserva natural que no acabo de ver por ninguna parte. Y cuando ya llevo quince minutos en ese lugar inhóspito, decido ir hasta una verja, ver el panorama y dar la vuelta. Al alcanzarla, de repente el paisaje cambia por completo. Ahora es amplio, con bosques como telón de fondo, lagunas aquí y allá, alguna isla mínima llena de aves y, a 50 metros, Amy Robinson, incansable, con un matrimonio mayor. Ahí está la representación del Wildlife Trust, que esta mañana desapacible ha tenido la idea de convocar a las familias de la zona para enseñarles lúdicamente algo más del pedazo de planeta donde les ha tocado vivir.

Excelente recibimiento, la pareja ha estado en Extremadura aunque no habla nada de español, pájaros volando aquí y allí, identificados inmediatamente por la mujer, que se revela como una auténtica experta, catálogo en mano. Me cuentan que habría que ir a la isla para limpiar toda la maleza y dejar rocas al descubierto, puesto que eso es lo que quieren las aves, y avisan que hay siete nidos de gaviota, y eso no les hace gracia.

Invierto una hora allí. No ha ido mucha gente. Pasó de vuelta la chica de los perros, gratamente acompañada por varón al que se le iban los ojos mientras cuidaba a sus propios canes. También una mujer con tres niños, sandalias y manga corta, Dios mío. Y en el camino de regreso me cruzo con otras dos madres con cuatro o cinco niños que marchan -alguno con botas, menos mal que alguien tiene sentido común- rumbo a Amy y su gente. Que lo que hacen es crear conciencia de que esos animalitos minúsculos que cogen los invitados con unas redes (y luego devuelven sanos y salvos a su medio).