La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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Hougton Mill. He vuelto a Hougton Mill. Es la tercera vez en estas semivacaciones. La primera para comprobar que a pesar de que el sol calienta tan tímidamente que no acabará pasando de los 20º hay mucha gente. Sin agobios, claro, porque quien va ahí con el molino aún cerrado y el tea room también lo hace porque busca desarrollar algún ejercicio, por lo general caminar con los perros o descubrir mil secretos con los niños. O sea, que todo el mundo se dispersa con absoluto respeto por lo que hace el otro. Y hay varias cosas que me sorprenden, y eso que no soy nuevo en la plaza.

Primero, la libertad de que gozan los niños. Nadie tiene sensación de peligro ni siquiera cuando dos enanos muy enanos navegan en canoa dando vueltas por el río Ouse.

Segundo, los tatuajes. Más y más y más. De 40 para abajo, casi todo el mundo lleva al menos un brazo hecho un cromo. Incluso he visto a dos adolescentes de 13 ó 14 años -él y ella- convertidos en un lastimoso mapa andante.

Tercero, la gordura. No más que el año pasado, pero unida a la in crescendo no elegancia. Es gordura artificial, cuerpos hinchados por la comida basura, por lo general gente muy joven, entre 20 y 40 años. Pero por supuesto que se puede ser gordo y elegante. No es el caso. Son gordos y gordas, y bastos y bastas. La estética les importa un pimiento -cualquier estética-, y el atractivo físico, menos. O sea, una locura, porque paa ligarse a uno o una de estos toneles andantes y groseros hay que tener un gran valor. Juro que yo no lo tengo…