La Voz de Galicia
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Gwyneth Paltrow jugando con Antón, el hijo pequeño de los propietarios de A Parada das Bestas

Red Natura del río Tambre. No sé por qué en esta mañana gris pero sin lluvia me he acordado de Gwyneth Paltrow. No he visto ni una película suya (en realidad, no veo cine, nada de nada, ya tengo una edad como para cuidarme), pero fue muy agradable estar con ella aquellos tres días de hace media docena de años en A Parada das Bestas. Compañeros de El Progreso intentaron acceder a la casa de turismo rural, en Palas de Rei, pero no pudieron. Fue una buena exclusiva nuestra, de La Voz de Galicia y mía, que me la trabajé en el más completo de los silencios y me salió bien. Había un trato: no publicar nada hasta que ella se hubiera ido, y así fue. Luego publiqué tres o cuatro páginas al domingo siguiente.

Dominando el español (sólo un error en un subjuntivo), Gwyneth era lo más humilde del mundo. La antidiva. Lo peor era quien la rodeaba. No su guardaespaldas, silencioso y educado personaje que hizo su trabajo con discreción, sino los que iban de figuras, un impresentable colaborador del New York Times (al menos eso él decía, vaya usted a saber con los fanfarrones, igual sólo había publicado uno o dos artículos) y un tal Marco Batali. Insufribles y creyéndose dioses. Alguien me dijo hace un par de meses que Batali estaba arruinado. No sé, me da igual.

Y recuerdo una jornada dedicada íntegramente al Camino de Santiago. En la televisión todo es mentira, y aquí no iba a ser menos. Estaban rodando Spain, on the road again… y valía todo. En el Camino iban en dirección contraria, había que chivarles los diálogos por micrófonos ocultos… En fin, que será normal, pero me pareció tan falso que me apartó todavía más de la tele.