La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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Mi último post estaba dedicado a la fiesta Belle Époque que tuvo lugar en Cuntis el sábado pasado. Queda bastante claro mi defensa de la iniciativa, pero, como todo, es mejorable. De modo que a modo de (humilde) sugerencia ahí van algunas ideas para que la próxima edición todavía tenga más éxito que en esta, que ya es decir en esta Galicia donde fiesta se ha convertido en un sinónimo de churrasco, música a todo trapo y, sobre todo, alcohol.

1/ Fundamental: el casco histórico tiene que estar cerrado por completo al tráfico. No vale el «ya salgo» ni el «voy a recoger mi puesto». Y, por cierto, eso tiene que aplicarse los 365 días del año, algo muy factible si se mira uno en el espejo británico, por ejemplo. U holandés. O danés. En fin, en el de países a los que por muchas razones no les va nada mal el turismo. La gente, que camine, que es muy sano. 100 ó 300 metros no son nada. Y al que no le guste, al Levante español. Nuestro modelo no es ese, y el éxito está asegurado con la prohibición: llegará mucha más gente y el comercio venderá mucho más. Que se lo pregunten a Santiago.

2/ Los niños iban gratis en una calesa que tenía 70 años aunque las ruedas «cantaban». Eran de bicicleta, con sus coronas y todo. Pero, ¿por qué ir gratis? Vale el primer año. Para el resto de las actividades los niños tenían que comprar una pulsera (8 euros; 5 si eran más de dos infantes). Para incentivar el que la gente vaya vestida como la Belle Époque manda, odría ser gratis para los niños disfrazados (aunque fuera un poquito) y cobrarles al resto. Todo no se puede pedir.

3/ La comida, estupenda, y por sólo 10 euros vino incluido. Lo malo es que el caldo era un Barrantes algo agresivo. Al igual que en medio mundo, puede cobrarse 10 euros y la bebida aparte, y que cada quien pida lo que le pluguiere. Yo me apunté al albariño.

4/ En todo el norte de Europa hay voluntarios. Aquí seguro que los hubo también. Algún agradecimiento público deberían de tener.

Y, para ser justos, hay que agradecerle al alcalde su saber estar: todo el día presente pero como uno más. O te decían que era él o no lo sabías. No chupó cámara, no ejerció de político profesional haciéndose el simpático pensando en las elecciones. Y eso se agradece. Y lo ennoblece.