La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
Seleccionar página

Red Natura del río Tambre. Publico hoy en La Voz de Galicia tres páginas sobre Negreira. En concreto en la serie Galicia Bonita. Me centro en Ponte Maceira y sus alrededores, porque de bonito Negreira en sí no tiene nada fuera el pazo de O Cotón y la plaza aledaña. El resto es destrucción especulativa pura y dura, labor en la que se distinguió con especial ahínco el alcalde-promotor que lo era por el PP José Blanco, una de esas desgracias que tocan de vez en cuando en un lugar determinado. Y por cierto que ahora, tras cuatro años fuera de la política, quiere volver a presentarse… echando pestes contra su antiguo partido y fundando una candidatura nueva. Que alguien le dé unas clases de ética, por favor.

Pero en el periódico no hablo de tal caballero, claro está, porque la serie se dedica a explorar y presentar de manera muy gráfica y visual los rincones más bellos de Galicia, que alguno queda todavía libre de cemento, ladrillo y autovías. Y Ponte Maceira se lo merece.

Además, tengo que reconocer que he hecho un ajuste de cuentas personal con la historia. Yo he vivido tres intensos años en Negreira, los de la Transición pura y dura, y esa experiencia no hay quien me la quite. Codo a codo con mucha, mucha gente, también nosotros hicimos posible la llegada de la democracia a lugares como aquel. Hoy parece la prehistoria, porque, ¿para qué voy a hablar de que hasta 1976 no vi a ningún joven del rural con pantalones vaqueros cuidando las vacas? Porque entonces los vaqueros eran elemento de modernidad…

Toda la gente que cito en mi crónica de hoy existe… o existió. Mi texto es también un intento de homenajearlos. De dejar constancia de aquellos que pasaron por allí. Hay muchos más, obviamente, como Santi, Pepe Lañas, Cándido, Domingos Freire, otra gente de la que me he olvidado el nombre… Cruz, María, el marido de Genoveva, el gran Bartolo… no están, porque las cosas son así. Otros siguen dando guerra, soñando desde Ponte Maceira con un mundo mejor.

Porque eso es lo que nos queda: agarrar el futuro y, con suerte, que alguien hable de nosotros y nos perennice de alguna forma para evitar nuestra desaparición eterna en el pozo del pasado. A otra cosa no aspiramos. Así lo prometíamos en aquellos años desde lo alto de ese puente por donde huyeron a toda prisa los discípulos del Apóstol Santiago.