La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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Copenhague. Veinticuatro horas de relaciones humanas. Al llegar al aeropuerto de Copenhague me estaban esperando la hispanista Grethe Christensen y su marido, Ole Kjellerup, y lo hacían a la manera danesa: cada uno agitando con alegre energía una bandera española y una dannebrog, la enseña danesa tan querida en todo el país, así que la multitud se enteró de que plantaba allí sus reales un español. Claro que nadie me prestó la menor atención: quien más y quien menos hacía ondear la bandera propia y, si procedía, alguna otra esperando a amigos y familiares.

Así que con Ole y Grethe conocí Dragor, un pueblo costero cercano a la capital y otrora de pescadores, y en el cual, como se suele decir, hace un par de siglos que se detuvo el tiempo. Una cerveza de tres cuartos de litro y de potentes efectos diuréticos sirvió para ratificar la alegría del encuentro.

Al día siguiente, hotel Nyhavn 71 por medio que parece que ha empezado una etapa de decadencia, comida a cuatro con Ana Amargós, su marido Henning Petersen y Ana María, la responsable de que nuestra embajada se haya convertido en los últimos años en una máquina de organizar acto tras acto para los profesores de español en Dinamarca, que pasan de los 700. El lugar de la comida es el Kanalkafeen, un descubrimiento de los Petersen y un magnífico lugar danés-danés, donde el único guiri es el que suscribe. Los Petersen, personas acogedoras donde las haya, son la ilusión en persona para sacar ideas. Después de su gran éxito con Spaniolerne (la historia de los españoles enviados a la fuerza a Dinamarca por Napoleón y su posterior huida a casa a luchar contra el gabacho), les queda el regusto nada dulce de que en España nadie hubiera subvencionado una exposición que ya había mostrado el camino del éxito en cinco museos daneses. Y ahora están intentando que algún organismo financia la traducción del excelente libro publicado al respecto en danés y que un organismo oficial español se comprometió a publicar.

Con la otra Ana, la de la embajada, de Ponteareas ella, la sobremesa se prolonga con un té y en una charla tan animada que sin darme cuenta el reloj llega a las seis y media. O sea, la hora de cenar. Es de esas profesionales que no sé si sabe algo de lo divino, pero de lo humano, de lo suyo, vaya que sí. Criterio, conocimiento y una cierta dosis de valor junto con capacidad de análisis la han convertido en un referente del español tanto aquí como en Noruega.

Y, por suerte, ha lucido el sol. ¿Qué más se puede pedir?