La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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Fjäderholmarna. Otro día gris y lluvioso. Así que sigo el consejo de mi amigo el periodista Gabriel Mellqvist y aprovecho para hacer lo que hacen los estocolmeses que ya están de vacaciones: huyen de los múltiples barcos que con infinitas rutas exploran rutinariamente el archipiélago de las más de 20.000 islas y me cojo un transporte a la de Fjäderholmarna, hoy integrada en un parque natural, en el XIX escenario de una incruenta batalla por la producción local de vodka y en los años 40 del siglo pasado militarizada a toda prisa por su situación estratégica en la entrada por mar a la capital de Suecia.

A bordo no hay mucha gente: un joven que ha debido de pasar una larga noche y apenas se mantiene con la cabeza erguida en su asiento, un grupo de mujeres que hacen siempre el mismo recorrido y van a trabajar, un despistado, un par de parejas, un perro que se pone nervioso en plena navegación y yo. Treinta y cinco minutos de pacífico mar que parece un lago para llegar a una isla pequeña, muy pequeña -su perímetro medirá un kilómetro- y muy bien preparada para el turismo tranquilo: un museo marítimo atendido por voluntarios, restaurantes, cafés, varias tiendas de artesanía (a la de cristal llega un grupo de féminas que le han regalado por su cumpleaños a una de ellas el asistir al proceso de creación de una pieza de cristal, en el que la homenajeada tomará parte activa), una tienda con información al frente de la cual está una mujer encantadora, buena e innecesaria señalización de los caminos, gasolinera para barcos, museo del whisky, tienda de recuerdos con populares objetos piratas aunque los de la calavera y las tibias jamás surcaron estos mares, rubios y rubias atendiendo los negocios, una muchacha de inequívoca ascendencia magrebí que acabará regresando en mi mismo barco con un pañuelo cubriendo su cabeza y que aquí limpia los servicios (que los hay por todas partes, por cierto), contenedores de basura tan camuflados y adornados que hasta son bonitos, dos ametralladoras de cuando Hitler andaba por este planeta, gaviotas y otras aves que se enfurecen cuando uno se acerca porque es junio y han nacido los polluelos…

Luego está la atmósfera humana. Nadie da un grito, y sólo el grupo de la homenajeada con lo del cristal estalla en carcajadas un par de veces, igual que lo hace otro que ha bajado de una enorme zodiac y cuya guía ha dicho, al parecer, algo gracioso. Pero nada más. Respeto total, voces en volumen normal para no molestar, adoración por el medio ambiente…